lunes, 18 de abril de 2011

Cómo funciona la psicología inversa

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Ayer os mostramos un vídeo de un padre haciendo psicología inversa a un niño, intercambiando noes y síes hasta el momento en que el padre consigue cambiar el sí del niño por un no. Como dije ayer, se trata de un ejemplo muy básico de psicología inversa que no sirve para definirla, sino más bien para mostrar que existe.
Como me parece un tema interesante, hoy hablaremos un poco más de la psicología inversa, técnica que se utiliza tanto con niños como con adultos. Para ejemplificarla he añadido al título de la entrada un “no leas esta entrada”, porque la consecuencia más lógica es que la leáis.

Qué es la psicología inversa

La psicología inversa es una técnica descrita por Viktor Frankl, psiquiatra y escritor, que solía preguntar a sus pacientes más inestables o con más problemas: “¿Por qué no se suicida usted?”. En ese momento las personas imaginaban el suceso y encontraban un motivo para no hacerlo, a partir del cual empezaba a trabajar Frankl para sujetar a sus pacientes a ese motivo que les aferraba a la vida.
Se trata de una técnica conductista sutil que trata de conseguir un efecto en otra persona haciéndole creer que quieres que haga algo que en realidad no quieres. El éxito radica en lo que se llama resistencia psicológica, que es la dificultad que ponemos a hacer algo que nos es impuesto, que nos mandan o que nos piden cuando sentimos que hacerlo afecta a nuestra libertad o autonomía.
Gracias a esta resistencia las personas tienden a hacer lo contrario a lo que se les dice, simplemente para demostrar que son libres para elegir, autónomos en la decisión y capaces de tomar su propio camino.
No funciona siempre y en el fondo es más o menos criticable por tratarse de una técnica de manipulación, pero hay mucha gente que la utiliza con niños y adultos y creo que puede ser útil y curioso conocer algunos ejemplos para saber cómo funciona.

Un ejemplo de cómo funciona la psicología inversa con los adultos en el trabajo

En mi empresa dan mucho valor a la formación y ofrecen 35 horas al año para todo aquel que quiera hacer cursos, acudir a congresos, etc. Como los trabajadores no suelen gastarlas y parecen no aprovecharlas, la empresa decide pasar una circular en la que explica a todos los trabajadores que “por motivos económicos se ha decidido eliminar las horas de formación”.
Los trabajadores, ante tal injusticia, se quejan, deciden reunirse y empiezan a planear qué hacer para reclamar sus 35 horas (“tanto que decían que la formación es importante y ahora resulta que la quitan”). La empresa y los trabajadores negocian de manera más o menos intensa, es decir, la empresa se niega, insiste en que la economía está muy mal, decide proponer 10 horas de formación anuales sólo para unos trabajadores determinados, etc. Al final la empresa cede y decide que ante la presión de los trabajadores y viendo que es tan importante para ellos, vuelve a proporcionar 35 horas para todos.
La situación es la misma que antes de hacer pública la circular, pero ahora los trabajadores valoran mucho más las 35 horas de formación y por inercia empiezan a apuntarse a cursos: “ahora que hemos conseguido lo que queríamos, nuestras 35 horas, tenemos que aprovecharlas”.

Un ejemplo de cómo funciona la psicología inversa con los niños

Ahora vamos a centrarnos en los protagonistas del blog, los niños, para que veáis cómo utilizamos la psicología inversa con los niños (o cómo podemos utilizarla).
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Hay padres y madres que suelen ofrecer recompensas a los niños para que hagan ciertas cosas: “si lees dos páginas de un libro, te dejo ver la televisión durante una hora”. Los niños entienden de esta manera que ver la televisión es algo bueno, algo a lo que aspiran, algo divertido y en definitiva algo que deben conseguir. Además entienden que leer un libro es aburrido, porque debemos premiarlo para que lo hagan (“uff, si me tienen que dar un premio para que lo haga es porque es un rollo”) y además esos padres suelen reforzar estos mensajes día a día, al repetir el premio o al condicionar la lectura a un premio posterior.
De esto se desprende que si lo que queremos es que los niños lean y vean menos televisión, debemos aplicar la psicología inversa, haciéndoles creer que lo divertido es leer y que lo aburrido es ver la televisión: “si ves la televisión al menos una hora podrás leer dos páginas de este libro”. De esta manera, sólo le permitirás leer dos páginas de un cuento o libro si (y sólo si) está una hora delante de la televisión. El primer día pasará la hora y probablemente ni se acuerde del libro. Entonces vas y le dices “ya ha pasado la hora, ¡muy bien!, ya puedes leer dos páginas del libro… ¡pero sólo dos!”. El niño las leerá extrañado y, cuando las haya leído coges el libro y te lo llevas: “mañana, si ves una hora la televisión, podrás leer dos páginas más”.
A medida que pasen los días, el niño estará más atento al tiempo que pasa que a lo que ponen en la televisión y estará ansioso por coger el libro tan especial que tiene mamá, del que sólo puede leer dos páginas por día.
Como no se trata de torturar a los niños, se puede negociar con ellos para que la hora disminuya (“vale, venga, treinta minutos es suficiente”) y aumentando el número de páginas (“venga, hoy puedes leer cinco”), hasta que veamos que el niño valora la lectura sin tretas de por medio: “Hoy haz lo que quieras, cariño. Te he comprado un libro nuevo y te iba a dejar leer solo un poco si veías la televisión, pero he pensado que lo mejor es que hagas lo que prefieras. Si quieres mirar la televisión hazlo, y si quieres leer el libro nuevo, hazlo también”. Lo más probable es que el niño se tire de cabeza a por el libro.
Esto sucede porque los niños ven que leer el libro se limita, que queremos que vea la televisión mucho rato (o que no nos importa que lo haga), pero que lea muy poco tiempo, porque es algo muy bueno a lo que deben aspirar. Ellos ven que leer un libro es algo excluyente, algo al alcance de muy pocos durante poco tiempo y entonces empiezan a desearlo. Por eso en las casas donde nadie limita la televisión o el juego con las consolas los niños acaban viendo la televisión o jugando con ellas sin obsesiones (nadie les ha hecho sentir que sean especiales o diferentes al resto de juguetes).
Esto es un ejemplo de cómo utilizar una técnica para lograr un objetivo. Lo que habría que debatir quizás es hasta qué punto ejercer dicha manipulación hacia los niños es más o menos correcto o más o menos deseable.
En mi casa, por ejemplo, utilizamos estas técnicas muy poco (ahora os pondré un ejemplo) y en lo comentado acerca de los libros y la televisión optamos, simplemente, por no hacer nada: nadie le da más importancia a nada. El que quiere ver la tele, la ve, el que quiere leer, lee, el que quiere jugar a la consola, lo hace y el que quiere jugar con los juguetes, juega.
No existen límites claros en este sentido y al no limitarse nada, nada recibe más importancia que el resto de opciones. Por eso mis hijos ven la tele un rato cuando les apetece, normalmente unos minutos hasta que deciden hacer otra cosa, por eso mis hijos juegan a la consola de manera obsesiva cuando tienen un juego nuevo, hasta que lo exprimen y la consola queda en el olvido durante semanas y por eso mis hijos pasan horas y horas jugando a los juguetes, pasando de unos a otros según les parezca más divertido.
Ahora bien, cuando alguien ya ha creado unas preferencias determinadas porque ha empezado a limitar algo, puede ser buena idea aplicar el método comentado, para tratar de que aprecien también el contrario (que era el que se pretendía conseguir).
Con respecto a nuestra técnica (libertad), seguro que os asaltará una duda: “pero si les dejo libertad, se tiran a la tele y de ahí no salen”. Claro, yo explico la película como sucede en mi casa y con mis hijos y quizás otros niños ya hayan creado sus preferencias. En tal caso, la solución puede pasar por una ligera psicología inversa (no tan exagerada como la del ejemplo) o por currárselo un poco y hacer de las alternativas algo divertido. Sería algo así como ofrecerles una actividad en compañía vuestra si están viendo la televisión solos: “¿Venís a jugar conmigo a algo?”. Como normalmente (al menos cuando son pequeños), valoran nuestra presencia más que nada, no suele fallar.

Un ejemplo personal de hace unos días

Las 08:40 de la mañana. Nos vamos todos a llevar a Jon al colegio pero ese día no quiere ir. Decirle que el cole es muy chulo, que se lo va a pasar muy bien, ya no cuela (“cuanto más me intentéis convencer, más me transmitís que realmente es un rollo”), así que aprovechando que tengo al hermano pequeño ya vestido, feliz y contento como todas las mañanas le digo a Jon: “vale, pues hoy tú no vayas al colegio. Hoy irá Aran”. Jon se queda escuchándome pensativo y yo sigo: “Aran, ¿a que a ti si te gusta el cole? – trampa, porque el pobre no contesta y yo lo sé – pues hoy vas tú. Vamos a hablar con la profesora para que te dejen sentar en el sitio de Jon… yo creo que sí podrás ir a pasártelo bien, como Jon no quiere ir, seguro que tú sí quieres”.
“¡No!¡Voy yo!¡Que sí que quiero ir al cole!¡Que quiero ir al cole!”. A todo esto mi mujer y yo alucinamos porque es una frase que pocas veces hemos escuchado. “Bueno, valeeee… pues hoy vas tú, Jon”. Entonces me dirijo a Aran: “lo siento Aran, pero Jon sí que quiere ir al cole. Tendrás que esperar hasta el día en que te toque ir”.

Y mañana, más…

Mañana os traigo algunos ejemplos más tanto para adultos como para niños. Es interesante porque podemos ver cómo nos engañan/engañamos y cómo podemos utilizarla en nuestro favor para conseguir cosas con los niños (siempre con moderación y mañana explicaré por qué).

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Ayer os ofrecimos una entrada en la que explicamos qué es la psicología inversa y os mostramos algunos ejemplos de cómo funciona tanto con los adultos como con los niños. Hoy seguimos con dicha entrada mostrando algunos ejemplos más y explicando por qué es una técnica que debe utilizarse con cuidado.

Un ejemplo de cómo funciona la psicología inversa a la hora de vender algo

Cuando una empresa pone un artículo a la venta trata de tener stock para todos aquellos compradores que lo desean. Sin embargo, hay ocasiones en que mucha disponibilidad supone menos exclusividad. A las personas nos gusta que nos hagan sentir especiales o diferentes en algunos ámbitos y, a la hora de comprar algo, hay mucha gente que valora mucho tener cosas que los demás no tienen.
Hay empresas que, aún teniendo stock de sus productos, suelen limitarlo artificialmente durante un tiempo para que los consumidores crean que es difícil obtenerlo, que sólo está al alcance de unos pocos. Si además consiguen que el mensaje corra: “Uff, ¿quieres éste? Es difícil de conseguir”, las ganas de tenerlo son todavía mayores.
Digamos que es el sistema que se utiliza en las ediciones limitadas. Crean un artículo nuevo, le dan un aura de exclusivo, hacen una edición limitada, aunque tenga un valor elevado, y prácticamente se aseguran las ventas, porque al ser edición exclusiva, sólo al alcance de unos pocos, la gente trata de conseguir dicho artículo. En el fondo no deja de ser absurdo, pues el que quiere hacer negocio con sus productos suele tratar de vender cuanto más mejor, pero al crear un límite ofreces el mensaje de “sólo al alcance de unos pocos privilegiados, no creo que puedas conseguirlo” y, como ya hemos dicho, a la gente le gusta sentirse privilegiada y le gusta demostrar que sí es capaz de conseguir eso que se le niega.
Siguiendo con los ejemplos, seguro que esto que os explico a continuación os ha pasado en alguna ocasión: veis una prenda de ropa que os gusta y sólo queda una de tu talla. Hay otras prendas que también os gustan, así que seguís mirando. De repente observáis a otra persona mirando con atención esa prenda única que habéis dejado escapar. Finalmente, tras varias dudas, la vuelve a dejar… entonces corréis a por la prenda. Realmente nadie provoca la acción, sino que somos nosotros mismos quien nos aplicamos el cuento: “sólo queda una, no podré conseguirla… ¿Cómo que no? Me la compro antes de que me la quiten”.
Este tipo de psicología inversa la utilizaba mucho un hermano mío. Cada año hacíamos una especie de mercadillo en el que vendíamos aquellas cosas que no queríamos a nuestros hermanos (sí, vale, esto de vender cosas a tus hermanos es un poco raro, pero bueno, no es el tema hoy). El caso es que le decía: “me quedo con esto” y entonces lo cogía para dármelo y entonces se detenía y me decía “¿sabes?, me lo he pensado mejor y creo que no quiero vendértelo, es que me gusta a mí”. Entonces conseguía, poco a poco, y a golpe de tirar de la cuerda, que yo acabara pagando más por algo que en el fondo él no quería.

La psicología inversa a la hora de seducir a alguien

Hay muchas personas que se preguntan si se puede utilizar la psicología inversa para seducir a alguien. Lo cierto es que la pregunta hace milenios que está respondida: no es que se pueda utilizar, es que muchísima gente la utiliza.
Seguro que en más de una ocasión alguien os ha recomendado haceros “la estrecha” para ligar con alguien. Tú le muestras de alguna manera al chico que te gusta, que te atrae, que hay química. Una vez él lo sabe, optas por lo contrario, saludarle y poco más, sin seguirle el juego. De manera indirecta le estás diciendo que “ya no… ahora ya no te me acerques, que ya no quiero que estés conmigo”. El efecto que se consigue es exactamente el contrario, pues el chico, que se sabía deseado, observa que ahora ya no lo es. Lo que era un juego, y lo que quizás era un “no, no quiero salir contigo”, se convierte en reto porque la mujer deja de estar a su alcance y, como sabéis, las personas suelen querer conseguir aquello que no está a su alcance.
Siguiendo con este tema están los celos. Cuando una persona siente que su pareja está algo distante y nota que debe ir detrás de ella tiene dos opciones: intensificar la “persecución” o frenar de golpe. Intensificar suele producir el efecto contrario, pues el otro acaba agotado de “huir”, mientras que frenar de golpe y cesar en el empeño tiene el efecto contrario, pues la otra persona observa que se le lanza el mensaje “está bien, te dejo en paz, ya no quiero estar contigo como hasta ahora”. Ese cambio hace que el que se sentía presionado sienta una pérdida y quiera solventarla, siendo ahora él (o ella) quien se acerca a la otra persona.

La psicología invertida en la lactancia materna

Cuando una mujer quiere destetar a su hijo se le recomienda, para que el destete no sea algo traumático para el hijo, que no le ofrezca el pecho, que lo sustituya por otra cosa (tanto a nivel nutricional, como a nivel emocional) y que no se lo niegue. En resumen, que se anticipe a los momentos en que el niño suele mamar, ofreciéndole alternativas para que el niño pueda comer y alternativas donde madre e hijo puedan pasar tiempo juntos compartiendo emociones, sin que el amamantamiento esté presente, pero no negárselo si éste acaba pidiéndolo.
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Este “no negar” corresponde a la necesidad de no ejercer la psicología inversa en el niño, ya que si se le niega y el niño se da cuenta de que la madre está intentando quitarle el pecho tratará de aferrarse aún más a su madre y mamará más a menudo que antes de iniciar el destete. Dicho de otro modo, si el niño entiende con la actitud de la madre “no quiero que mames más”, el niño hará lo contrario, mamar más.

La psicología invertida en la alimentación infantil

Mi madre era una experta de la psicología inversa involuntaria. Recuerdo que de vez en cuando compraba yogures nuevos y algunos me gustaban mucho. Entonces yo le decía “mamá, qué bueno este yogur” y mi madre actuaba en consecuencia y compraba de esos yogures durante meses. El mensaje que yo acababa recibiendo era “como te gustan tanto, te los compro, que se que te encantan y quiero que los comas siempre” y la consecuencia lógica por mi parte era la contraria “pues como quieres que me los coma, ya no los quiero”. No era un berrinche, era que acababa harto de tanto yogur repetido.
De esto se desprende que si algún niño tiene alguna obsesión con un alimento, lo ideal para conseguir solucionarla es promover que coma ese alimento, cuanto más mejor. Mis hijos se pasaron una temporada locos por el chocolate. Los veías devorar las tabletas y todo lo que llevara chocolate. Lo lógico en esa situación habría sido tratar de limitar la ingesta, comprando menos o repartiendo nosotros la cantidad a uno y a otro, día a día.
Sin embargo hicimos algo parecido que con la televisión y las consolas: comprar más chocolate. Dejamos al alcance más chocolate, más galletas con chocolate y más “guarradas” para que ellos las comieran y “se hartaran”. Como tampoco somos unos insensibles maleducadores, cada vez que cogían algo les decíamos que, si comían mucho, seguramente les dolería la barriga, pero les dejábamos comer si querían.
Ahora sigue habiendo chocolate y siguen habiendo galletas en casa, pero lo que antes duraba horas, ahora dura días. Incluso a veces les ofreces chocolate y te dicen: “no me apetece” o “no, que me dolerá la barriga”.
El método intensivo en este sentido sería “toma todo el chocolate que quieras”, para que el niño se harte y lo acabe en cierto modo aborreciendo.

Una muestra de psicología inversa en vídeo

Este vídeo me encanta porque muestra cómo funcionamos los humanos en general y cuán equivocados están aquellos que aconsejan limitar tal o cual comida para que el niño coma menos. Se trata de un extracto de un documental llamado “Toda la verdad sobre la comida” en el que podemos ver cómo a los niños se les ofrecen dos alimentos que les gusta por igual y que ellos se repartirían de manera más o menos equitativa.
Entonces entra en juego la psicología inversa y se les limita un alimento: “no podéis comer hasta que suene la alarma”, que en sus cabecitas significa “es un alimento exclusivo al alcance de pocos… no lo puedes comer”. El efecto ya lo sabéis. Los niños acaban queriendo comer pasas y solo pasas, pese a que previamente no existía una preferencia clara.
La conclusión por lo tanto es: si quieres que alguien coma algo, dile que no lo puede comer.

Pero… cuidado con la psicología inversa

Después de muchos ejemplos y de ideas que pueden utilizarse para manejar a nuestro antojo algunos aspectos de nuestros hijos es preciso comentar las posibles desventajas de la psicología inversa, que las hay.
Para empezar, es un método que no siempre funciona, aunque sí muchas veces. El problema es que es un recurso extraño y contrario a nuestros teóricos deseos. Es decir, el niño acaba haciendo lo que queremos que haga, pero él cree que está haciendo lo contrario a lo que queremos que haga. Si después de hacer lo contrario a lo que queremos que haga nos mostramos complacidos generamos confusión, porque lo lógico sería lo contrario, que nos molestara.
Esta confusión aumenta aún más si utilizando la psicología inversa acabamos dando mensajes absurdos o ilógicos como “come todo el chocolate que quieras” o “si quieres mira la televisión toda la tarde”. La consecuencia será la que esperamos, que dejen de hacerlo, pero los niños son capaces de grabar nuestras palabras en piedra y siempre recordarán que mamá y papá les aconsejaban de pequeños ver mucha tele y comer mucho chocolate, y quién sabe si cuando sean más mayores no empezarán a ver como bueno aquello que les decíamos antaño.
Concluyendo, se trata de una estrategia que yo sólo utilizaría como último recurso y siempre tratando de ofrecer un mensaje lógico y no repetirlo a menudo. Por ejemplo, ayer os comenté lo de “vale, hijo, no vayas al cole”... si este mensaje se lo doy muchas veces, varios días, mi hijo acabará por entender que lo que realmente quiero es que no vaya al colegio o que, simplemente, me da igual. A veces los niños son capaces de sacrificar sus deseos para satisfacer a los padres y quizás un día mi hijo me diría que “vale, papá, hoy no voy”.
En el ejemplo del chocolate, como os he comentado, voto por aumentar la oferta y la disponibilidad (como hacía mi madre, que compraba muchísimos yogures iguales), sin limitarlo, para que coman cuanto quieran pero sin alentarles (no decirles “come tanto como quieras”) y siempre ofreciendo nuestra visión (“si comes mucho, quizás te haga daño”), para aplicar la psicología inversa de manera un poco coherente.

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