martes, 19 de abril de 2011

algo de psicopedagogia ..... para las mamas q tienen chicos en los colegios.

Trastorno Específico del Lenguaje

Trastorno del lenguaje
El desarrollo del lenguaje durante los primeros años de su adquisición aparece de una forma muy irregular. Esto se puede apreciar en las escuelas infantiles, al ver cómo muchos niños han accedido rápidamente al mundo del lenguaje oral sin ninguna dificultad, mientras que otros presentan serios problemas en su aprendizaje.
Entre los niños que presentan dificultades en la adquisición del lenguaje se ha identifiado un grupo, el Trastorno Específico del Lenguaje (T.E.L.), un retraso en la adquisición de las habilidades lingüísticas que aparece sin alteraciones intelectuales, sensoriales, motores, afectivas o neurológicas.
Veamos algunos aspectos relacionados con el T.E.L., tales como definición, criterios de diagnóstico, factores relacionados, características e intervención.

Definición de Trastorno Específico del Lenguaje

Una característica del T.E.L. es que no se ha definido por lo que es, sino más bien por lo que no es. Esto se debe a que hay gran variabilidad entre las conductas y manifestaciones asociadas con esta dificultad lingüística.
El T.E.L. puede variar tanto en el aspecto del lenguaje que esté afectado (en los sonidos, gramática, vocabulario, uso del lenguaje… ) como en la modalidad dañada (lenguaje expresivo o lenguaje comprensivo)
La tendencia general es que el término T.E.L. engloba tanto a los trastornos del lenguaje de origen neurológico como aquellos otros relacionados con el ritmo y velocidad en la adquisición del lenguaje (por ejemplo, retraso del lenguaje)
No obstante, desde el punto de vista de la intervención logopédica, es conveniente diferenciar entre Retraso del Lenguaje y T.E.L., ya que permite ajustar más finamente las estrategias de intervención y facilita la respuesta educativa necesaria para los niños con dificultades del lenguaje.

Criterios para diagnosticar el Trastorno Específico del Lenguaje

El lenguaje del niño se desarrolla a lo largo de un período amplio de tiempo, y eso dificulta a la hora de dar criterios diagnósticos.
La evaluación del lenguaje para determinar la consistencia o no de T.E.L. se suele realizar mediante el uso de pruebas estandarizadas del lenguaje, superar una prueba para detectar problemas de audición, no presentar episodios recientes de otitis media serosa, no presentar problemas neurológicos, ausecia de malformaciones en la zona oral, poder realizar movimientos de boca, lengua, mandibulares… correctos, etc.
De todo esto se deduce que no es fácil identificar niños con T.E.L.

Factores relacionados con la aparición del Trastorno Específico del Lenguaje

La adquisición del lenguaje de los niños con T.E.L. es retrasada, y ello a pesar de recibir una estimulación lingüística adecuada, una capacidad normal para percibir el lenguaje, un cerebro bien organizado para el aprendizaje y unas estructuras que permitan articular correctamente los distintos sonidos del habla.
Se sugiere que el T.E.L. está asociado a problemas multifactoriales, es decir, la combinación de un ambiente familiar poco estructurado que presente deficiencias en los estímulos lingüísticos ya sea por problemas del propio niño, por causas ambientales o por respuestas negativas a la estimulación lingüística del niño por parte de los adultos (mala estructuración de frases, pobre pronunciación de fonemas…), así como antecedentes familiares de retraso del lenguaje.
No obstante, no es raro encontrar a menudo ciertas discrepancias en la evolución del desarrollo cognitivo y lingüístico.

Características del Trastorno Específico del Lenguaje

A pesar de que los niños con T.E.L. poseen todos los prerrequisitos para la adquisición del lenguaje, la evidencia parece demostrar que su aprendizaje presenta ciertas dificultades.
  • Déficit fonológico: la alteración parece producirse más en los procesos de discriminación auditiva, afectando a los mecanismos que se ocupan de relacionar significado (representación mental o concepto; por ejemplo, la imagen de una bicicleta) y el significante (los sonidos; por ejemplo, la cadena de fonemas que constituyen la palabra “bicicleta”). Utilizan estrategias para percibir los sonidos muy inmaduras, codificando las palabras en términos de sílabas enteras, sin la conciencia de que el habla puede dividirse en unidades más pequeñas.
  • Déficit morfosintáctico: existen serias limitaciones en la habilidad para percibir, procesar y desarrollar reglas que faciliten las generalizaciones lingüísticas, situación que conduce a un sistema gramatical con enormes errores. Por ejemplo, les cuesta mucho utilizar el determinante “la” para todas aquellas palabras del género femenino, aunque en ocasiones si la utilizan bien ante una palabra aprendida.
  • Déficit léxicosemántico: se aprecian serias limitaciones en su vocabulario, ya que adquieren una menor cantidad de palabras conocidas en comparación con niños de su misma edad , unido a una limitada comprensión del vocabulario y a dificultades para recuperar las palabras desde la memoria.
  • Déficit pragmático: se detectan problemas en la comprensión de los actos comunicativos, circunstancia que se da cuando un niño con T.E.L. no responde adecuadamente a una demanda comunicativa (por ejemplo, preguntarle qué ha hecho en el colegio), por razones como la no comprensión del vocabulario usado, cierto grado de confunsión por la longitud y/o complejidad de la oración, el uso de un estilo indirecto en el habla o, sencillamente, porque el niño no desea responder en la dirección adecuada (en lugar de decir qué ha hecho en el colegio, nos cuenta qué ha pasado en el último capítulo de su serie de dibujos favorita).

Intervención en el Trastorno específico del Lenguaje

Dos de las técnicas que más se usan son el moldeamiento (el niño llega por aproximaciones sucesivas a expresar una palabra o enunciado. El adulto refuerza sistemáticamente cualquier aproximación del niño a la conducta meta. Por ejemplo: estamos jugando a las pompas y el niño quiere más, pero no lo expresa de forma verbal. De pronto, el niño dice “ma” (u otro sonido). En ese momento, el adulto refuerza soplando para hacer pompas al tiempo que dice “¡Muy bien. Más pompas!”) y el modelado (el adulto hace de modelo con el objetivo de que el niño imite dicho modelo para instaurar una determinada conducta verbal o corregir un error anterior. Por ejemplo: se juega a esconder objetos. Una vez escondidos se “llama” a los objetos mientras se buscan de modo que el niño nos imite).
Hay que tener en cuenta que los trastornos lingüísticos de estos niños facilitarán la aparición de dificultades de aprendizaje, problemas en el desarrollo de habilidades de comprensión lectora y en los ámbitos social y emocional.
Por ello, se debe colaborar tanto con los padres (para que se comuniquen mejor con su hijo), como con la escuela (y así tratar que las dificultades del lenguaje de los niños con T.E.L. no afecten a su desarrollo emocional, escolar o social).

Conclusión

El Trastorno Específico del Lenguaje o T.E.L. es un conjunto de trastornos en la adquisición del lenguaje, desde el retraso del lenguaje hasta el propio T.E.L. Por ello no hay actualmente una metodología y técnicas específicas para trabajar con estos niños, sino más bien un conjunto de aspectos que tratan los aspectos alterados en cada niño.
Para cualquier otra duda acerca de este trastorno del lenguaje, no dudeis en dejar vuestros comentarios.

Trastornos del lenguaje: Disfasia

Disfasia
Como se ha podido apreciar con el trastorno específico del lenguaje, en la logopedia nos encontramos con multitud de confusiones terminológicas. Y la disfasia no iba a ser diferente.
No obstante, el poner una etiqueta a un niño en particular no debe suponer una gran preocupación, ya que cada uno es diferente, y el tratamiento ha de ser en consecuencia, es decir, individualizado. Aunque si es verdad que, entre profesionales, es necesario tener un término útil al compartir experiencias y establecer una primera toma de contacto.
Hoy hablaremos pues de la disfasia: definición y rasgos de diferencia, etiología, síntomas, evaluación, intervención y pronóstico.

Definición y rasgos de diferencia de la disfasia

Al no existir etiología conocida o síntomas definidos, no queda más remedio que hacer una definición por exclusión, es decir, por lo que no es, señalando sus límites con otros trastornos del lenguaje conocidos.
Por ello, los principales rasgos de diferenciación de la disfasia son:
  • Importancia del retraso en la aparición del primer lenguaje: la aparición de las primeras palabras tras los tres años, de las primeras combinaciones de palabras tras los cuatro años y la persistencia de un lenguaje esquemático más allá de los seis años, indican una gravedad que sitúa al niño muy lejos del retraso del lenguaje.
  • Anomalías en el desarrollo de las distintas etapas del lenguaje: aparecen palabras complejas, adecuadas para su edad, coincidiendo con la ausencia de palabras más sencillas que corresponden a edades tempranas (por ejemplo, conoce la palabra cirujano, pero no médico o doctor), así como cierta simplificación de la frase y omisión de determinantes, artículos… (agramatismo).
  • Existen problemas de comprensión y expresión
  • Existencia de trastornos asociados: dificultades de atención, retraso psicomotor…
  • Lenta evolución
En realidad, todo depende de cada niño; en algunos, las dificultades lingüísticas son las predominantes; en otros, no son más que uno de los varios desórdenes que afectan al niño.

Causas de la disfasia

No existe una causa unívoca de los trastornos generalizados en el cuadro de disfasia, si bien se habla de posibles aspectos relacionales y ambientales, factores constitucionales de base (daño cerebral), posible origen genético…

Síntomas de la disfasia

Desde siempre ha sido muy difícil llegar a un modelo claro que describa los distintos síntomas en alteraciones graves del desarrollo del lenguaje. Esto se debe a que se producen a lo largo del proceso evolutivo y van cambiando de aspecto a lo largo de los años; además, dependen del nivel de las aptitudes del niño, así como de la calidad de las interacciones familiares.
Por eso, se han sugerido diferentes intentos de clasificación para permitir una descripción de síntomas más precisa. Por ejemplo, podemos distinguir niños que hablan mucho con ideas pertinentes, niños que hablan mucho pero que tienen dificultades para adaptarse al contexto, niños que hablan poco pero con información pertinente y, finalmente, niños que hablan poco y cuyo lenguaje es poco operativo.
También se han propuesto varias características descriptivas que se pueden aplicar al lenguaje del niño, independientes de la posible causa que origina las dificultades lingüísticas:
  • no entender el lenguaje aunque sí puede comunicarse con gestos naturales, siendo su expresión nula o casi nula, incluso en repetición.
  • presentar grandes dificultades en la organización articulatoria de sonidos y palabras; sus enunciados se limitan a una o dos palabras, de dificil inteligibilidad, sin mejorar en repetición. En su límite extremo, el niño puede llegar a ser mudo.
  • puede existir cierta facilidad de producción, pero con muy poca claridad e inteligibilidad. Hay una mejoría notable de la calidad de articulación de sonidos en repetición de sílabas o palabras cortas.
  • la comprensión es mejor que la expresión, aunque existen dificultades para entender cuando el enunciado es largo, incluye estructuras complejas, es ambiguo, está descontextualizado o se emite con rapidez. Además, en expresión, hay dificultades al articular los sonidos, fluidez, aprendizaje y uso de nexos.
  • hay grandes problemas de articulación de palabras, siendo la comprensión de las mismas normal o casi normal (no así la de frases). Hay muchas muletillas, interrupciones, equivocaciones…, así como dificultades para mantener el orden secuencial de la oración.
  • se puede presentar un desarrollo inicial del lenguaje dentro de los límites más o menos normales y no presentar problemas de habla, o sólo ligeras dificultades. Sus oraciones tambien están bien estructuradas. No obstante, presentan dificultades en la comprensión, destacando la falta de adaptación de su lenguaje al entorno (la coherencia del tema del que se habla es inestable, pueden existir repeticiones de palabras e incluso de oraciones…)
Estos aspectos no son una clasificiación típica de la disfasia, sino posibles formas que pueden presentar las alteraciones graves del desarrollo del lenguaje.
En lo referido a los síntomas que no son lingüísticos, hay que señalar que algunos casos de disfasia se sitúan dentro de un cuadro de deficiencia mental, aunque su importancia no permite justificar la ausencia del lenguaje o las tremendas dificultades de aprendizaje del mismo.
Se observan con frecuencia problemas o alteraciones en la discriminación de sonidos, en la memoria, en la atención, en las actividades de motricidad fina (realizar trazos con un lápiz en caminos, colorear dibujos, abrochar botones…), alteraciones en el esquema corporal y dominancia lateral (diestro o zurdo) y en la percepción visoespacial; las alteraciones de conducta social y reacciones emocionales parecen depender más del entorno que de los síntomas.

Intervención en la disfasia

Lo más importante es identificar los procesos más alterados y también los que mejor se han desarrollado para construir el mejor tratamiento individualizado para cada caso en particular.
Más que intentar corregir defectos o eliminar barreras, los programas deben adaptarse a cada caso peculiar de aprendizaje que estas perturbaciones definen.
Es imporante facilitar el acceso al lenguaje por parte del niño mediante situaciones privilegiadas de comunicación (como las sesiones individualizadas de logopedia), en las cuales pueda recibir con claridad los elementos lingüísticos que su dificultad no le permite extraer de la estimulación normal del entorno. También se deben tener en cuenta los síntomas no verbales y así reconstruir las bases de la adquisición del lenguaje y sus primeras etapas.
Los sistemas de comunicación alternativa y aumentativa se usan cada vez más, no como último recurso frente al fracaso de otras estrategias de intervención sino de forma precoz cuando existe un alto riesgo de ausencia o casi ausencia del desarrollo del lenguaje oral, ya que no sólo permiten una comunicación alternativa, sino que favorecen la aparición o mejoría del lenguaje oral.

Conclusión

La disfasia es un trastorno compuesto por numerosos déficits no lingüísticos asociados a los trastornos del lenguaje, si bien no se sabe si como causa, consecuencia o diferentes manifestaciones de un mismo problema original o de la combinación de varios trastornos.
Por ello, una intervención debe iniciarse a través de una relación de un terapeuta, un niño y una familia. Se intentará hacer una estimulación global que atienda los trastornos lingüísticos, psicomotores, cognitivos y/o sociales.
Aunque existen muchas evoluciones posibles, hay que ser conscientes que la disfasia constituye un grupo de trastrnos graves cuya recuperación es larga. No obstante, el diagnóstico diferencial es difícil de establecer antes de los 6 ó 7 años, pero la importancia del problema y sus consecuencias aconsejan una intervención a partir de los 3 años si es posible.
Lo importante es evitar que posibles casos de disfasia pierdan años importantes o reciban tratamientos inadecuados, ya que se les han asimilado otro tipo de trastorno.



¿En qué momento pierden los niños la capacidad de ser empáticos?‏
Posted: 17 Apr 2011 09:00 PM PDT
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Los niños pequeños son seres tremendamente empáticos, viven las emociones a flor de piel y son capaces de ver el sufrimiento o el malestar en los demás y llegar a sentirlo también.
Seguro que muchos recordáis un anuncio en el que un niño africano lloraba y lloraba a cámara lenta y un niño rubito se ponía de pie, se acercaba a la tele y trataba de ponerle un chupete. Seguro que muchos habéis visto a algún bebé llorar porque ven a otro bebé llorar y seguro que os habéis sorprendido viendo a vuestro hijo llorar tras veros llorar a vosotras y hacer lo posible para volver a veros sonreír. Aquí es donde un adulto se da cuenta de cuánto tiene que aprender de los niños, que viven las emociones de una manera más pura que nosotros y que harían cualquier cosa por llevar la alegría ahí donde no la hay.
Sin embargo algo debe suceder en algún momento, porque no es difícil ver, por ejemplo, a niños de 3 y 4 años que pegan a otros sin apenas motivo y sin inmutarse por el llanto del otro o por su malestar. Por eso pregunto: ¿en qué momento pierden los niños la capacidad de ser empáticos?

Quizás alguien no ha sido empático con ellos

A estas alturas de la película sabemos todos que los niños aprenden más por imitación que por atender a nuestras palabras y por todos es sabido que, por desgracia para los niños, la mayoría de los adultos se sienten superiores a los niños y les tratan con menos respeto del que merecen o del que otorgan a otros adultos.
Hay padres que pegan a sus hijos, hay padres que no hacen caso de sus lágrimas y les dicen que “¡no llores, no es para tanto!”, “¡no llores que pareces un bebé!” o que simplemente omiten hacer ningún comentario ni contacto visual, como si el niño hubiera desaparecido de la faz de la tierra. También hay padres que gritan a sus hijos o que les tratan como a simples mascotas: “¡Te he dicho que no te acerques, que te quedes ahí apoyado en la pared!”, “¡que te calles ya, que me estás poniendo la cabeza como…!”, y otras frases bastante típicas que podrían servir como ejemplo.
En casos así, algunos niños aprenden que lo normal es utilizar cachetes para mostrar tu enfado, que lo normal es que en el llanto y el malestar la persona no reciba atención y que lo normal es que se utilicen gritos y humillaciones para conseguir que el otro se comporte de uno u otro modo, o para conseguir que deje de hacer algo. Es decir, inmersos en esa espiral de (mal)trato, los niños acaban creyendo que lo que reciben es lo normal y que eso es lo que ellos deben hacer con los demás (antes o después, siendo aún niños o cuando sean adultos).
Quizás no todos los niños interioricen estas premisas, pero sí es muy probable que aquellos que aprendan este modo de ejercer la autoridad hagan uso del modelo para aquellos momentos en que quieran conseguir algo. Quizás este sea uno de los motivos de que pierdan la empatía por los demás.

Promoviendo la competitividad

La sociedad en la que vivimos es tremendamente competitiva, tanto que muchos padres (y el mismo entorno) traspasan esta competitividad a sus hijos. Pronto aprenden que para ser bien visto deben hacer las cosas tal y como los demás esperan y que cuanto mejor lo hacen, más reconocimiento reciben. Entonces empiezan a aparecer situaciones en las que si un niño gana, otro pierde (“a ver quién acaba antes de comer”, “a ver quién se viste antes”, “a ver cuál corre más”, “a ver quién saca mejores notas”,...) y muchos padres caen en la competitividad con los hijos (“mira lo que hace mi hijo”), valorando siempre al niño según sus capacidades y motivando a aquellos que no son los primeros a tratar de serlos.
Entonces, si para que un niño gane el otro tiene que perder, los niños dejan de empatizar con la derrota o el fracaso de los demás, porque ellos han conseguido ser los primeros y eso es algo que los adultos valoran.

Quizás alguien no les ha enseñado a canalizar las emociones negativas

Hay niños que a medida que crecen, ante la imposibilidad de utilizar la comunicación verbal para expresar emociones como la rabia, la ira o el enfado hacen uso de la comunicación no verbal, es decir, del cuerpo, para mostrar ese malestar. Con esto me refiero a arañar, morder, empujar o pegar.
gritando
Estas conductas son difíciles de extinguir porque de igual modo que no saben expresar con palabras lo que sienten, no acaban de entender nuestras palabras cuando les decimos que están haciendo daño y que eso no debe hacerse.
Sin embargo nuestro trabajo como padres debe ser continuo y constante. Por una parte debemos tratar de anticiparnos para que en el momento en que vaya a hacer daño podamos detenerle. Entonces debemos hablar sobre su emoción: “veo que estás enfadado”, mostrar que le entiendes: “es normal, porque este niño te ha quitado tu juguete” y hablar sobre la conducta que iba a llevar a cabo: “pero no por eso le tienes que pegar, porque le haces daño… dile que es tuyo y que no quieres que te lo quite”, y juntos se le dice al niño esto mientras se recupera el juguete (o se soluciona el problema si es que tiene solución).
Sin embargo esto es un trabajo, como digo, constante y que requiere una presencia muy activa en las primeras relaciones de los niños con otros niños, y muchos padres, porque no saben o porque no quieren, no lo llevan cabo, dejando los actos de los niños en manos del destino: “son cosas de niños, no te metas, que lo arreglen ellos”.
No es que les falte algo de razón, pues los niños tienen que conseguir negociar y arreglar sus problemas (básicamente porque están aprendiendo a vivir y la vida es un compendio constante de elecciones, decisiones y negociaciones), sin embargo todo tiene un momento y una edad y, de igual modo que no dejamos que un niño vaya solo por la calle con dos años (pese a que tiene que aprender, con el tiempo, a ir solo), no podemos dejar a dos niños poco capaces de expresar emociones y sentimientos con la palabra, que solucionen sus diferencias con las manos. No podemos, porque si nadie modifica estos comportamientos y los niños ven que con ellos consiguen cosas, los fijarán como un método válido para conseguir las cosas.

Resumiendo

En resumen, se me ocurren estos tres factores que pueden ayudar a los niños a perder la capacidad de empatizar con otros niños, aunque como es muy posible que hayan más, dejo la pregunta en el aire por si a vosotras y vosotros se os ocurren más factores.
Si os preguntáis cómo actuar, mi respuesta es clara: no dejando pasar ni una. Si recordáis el estupendo documental “Pensando en los demás“ (si no lo habéis visto ya estáis tardando), ante una muestra de intolerancia y burlas en su clase, el profesor Kanamori, detiene durante varios días las clases y el temario para tratar algo tan serio como es el insulto y la pérdida de respeto.
Nosotros los padres debemos hacer lo mismo, no dejar pasar ni una, hablándolo con nuestros hijos tanto como haga falta, tratando el tema cuantas veces sea necesario e intentando mostrar que los demás sufren cuando se les pega o se les hace daño, además de explicar el típico “trata a los demás como te gustaría ser tratado”.

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