ETICA
Ética (del griego ethika, de ethos, ‘comportamiento’, ‘costumbre’), principios o pautas de la conducta humana, a menudo y de forma impropia llamada moral (del latín mores, ‘costumbre’) y por extensión, el estudio de esos principios a veces llamado moral.
La ética, como una rama de la filosofía, está considerada como una ciencia normativa, porque se ocupa de las normas de la conducta humana, y para distinguirse de las ciencias formales, como las y la lógica, y de las ciencias empíricas, como la química y la .
Desde que los hombres viven en comunidad, la regulación moral de la conducta ha sido necesaria para el bienestar colectivo. Aunque los distintos sistemas morales se establecían sobre pautas arbitrarias de conducta, evolucionaron a veces de forma irracional, a partir de que se violaran los tabúes religiosos o de conductas que primero fueron hábito y luego costumbre, o asimismo de leyes impuestas por líderes para prevenir desequilibrios en el seno de la tribu.
Los filósofos han intentado determinar la bondad en la conducta de acuerdo con dos principios fundamentales y han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto. El primero implica un valor final o summum bonum, deseable en sí mismo y no sólo como un para alcanzar un fin. En la de la ética hay tres modelos de conducta principales, cada uno de los cuales ha sido propuesto por varios grupos o individuos como el bien más elevado: la felicidad o placer; el deber, la virtud o la obligación y la perfección, el más completo desarrollo de las potencialidades humanas.
Por eso, la ética no nos resulta ajena a ninguna de nosotros en tanto somos capaces de hacernos responsables de nuestras acciones. Se trata entonces de la formación de un carácter moral que nos permita obrar bien y buenos. Ésta nos enseña a hacernos cargo del sentido de nuestras acciones, sus motivaciones y consecuencias para no obrar como un zombi para quien nunca hay problemas y que va a donde lo lleva la corriente, ni como un fanático que absolutiza su convicción y se niega a una actitud reflexiva.
En la ética se configuran las primeras formas de la libertad a partir de las cuales nos vamos volviendo capaces de gobernarnos a nosotros mismos. Éste era el antiguo significado de la palabra autarquía. La ética nos enseña a ser libres, es decir, a tener en nosotros mismos el gobierno de nuestras acciones y a descubrir cómo nuestras acciones van conformando nuestro ser. De este modo, a habitar significa también aprender a practicar los hábitos que nos permiten realizar el bien y ser buenos.
Es la formación de un carácter moral que, desde su opción por el bien, pueda hacer frente a los cambios y conflictos que se van presentando a lo largo de la vida.
ÉTICA Y FELICIDAD
El asunto fundamental de la Ética es la felicidad humana, más no una felicidad ideal y utópica sino aquella que es accesible, practicable para el hombre.
Para comprender el significado de lo ético, lo primero que hace falta es entender que la finalidad de la vida humana no estiba solo en sobrevivir, es decir, en continuar viviendo; si la vida fuese un fin en sí mismo, si careciese de un "para que" no tendría sentido.
Cuando el hombre piensa a en sí mismo, se da cuenta de que con vivir no tiene suficiente: necesita vivir bien, de una determinada manera, no de cualquiera. Dicho de otro modo: vivir es necesario pero no suficiente. De ahí que surja la pregunta: para qué vivir ( la cuestión del sentido) y, en función de ello, cómo vivir. Justamente ahí comienza la ética.
La felicidad se nos presenta, como una plenitud a la que todos aspiramos y, por tanto, de cuya medida completa carecemos. Sin embargo, esa "medida" no es en rigor cuantificable. La felicidad más bien parece una cualidad; como cierto "logro".
Existe en nuestra naturaleza un anhelo de felicidad. Nadie busca expresamente lo que sea opuesto a la felicidad. En sus afanes las personas buscan bienes diversos, satisfacciones, acumular lo que estiman conveniente tener, librarse de aquello que pueda significar una pena o desdicha.
La experiencia de la vida pronto nos va a enseñar varias cosas. Como que un bien por el que mucho suspiramos, una vez poseído, no resultó tan importante como lo habíamos creído. También aprendemos que la posesión de algunos bienes exige de nosotros muchos cuidados: para que no se dañen, para que no se extravíen, para que no nos los roben. Así mismo ocurre que algunos bienes nos suelen enfrentar con nuestros prójimos, lo que suele mermar con frecuencia su disfrute: porque otros también quieren lo que nosotros obtuvimos y ellos no pueden tener; porque la envidia de otros nos duele y disminuye la satisfacción de lo que tenemos.
Por ello se afirma que estamos llamados, ciertamente, a la felicidad, pero que saber en qué consiste demanda indagar sobre el particular.
Como la naturaleza no hace nada en vano y naturalmente todo ser humano busca ser feliz, por fuerza debe existir el objeto de la felicidad del ser humano.
Es un hecho, dada la unidad de la familia humana, que todas las personas tenemos específicamente la misma naturaleza, por lo que el anhelo de felicidad es algo común en cada ser humano.
Considerar la cuestión de la felicidad humana comporta plantearse cuestiones sobre el fin de la propia vida y tratar de indagar el origen y el destino de la persona y penetrar en profundidad en lo que bien se llama el ser del hombre, la naturaleza humana.
Con frecuencia algunas personas suelen despachar tan importante asunto de una manera, por así decir, improvisada. Porque experimentan en verdad, el deseo de felicidad, más recurren a cualquier bien que se les ponga por delante como si ese fuese el objeto de su felicidad, para comprender luego que no lo era y volver a intentar con otro, en lo que se les va la vida sin detenerse a examinar con atención tan onda incógnita.
Al tratar el tema de la felicidad, se nos han abierto dos interrogantes: el primero, ¿quién es realmente el ser humano?, que ha sido brevemente contestado haciendo referencia al carácter trascendente de la persona, que busca conocer, ser siempre, ser feliz. Esto hace que descubra y cultive su ligamen con el ser necesario, absoluto, ya que el ser humano descubre que el suyo es contingente, relativo y que no tiene en si mismo la razón de su propia existencia.
Nuestro siglo ha visto a los modernos totalitarios: comunistas, fascistas, nazis y algunos socialistas... todos los cuales, de un modo o de otro, ubican la felicidad humana en la cooperación al triunfo de la clase o en el esplendor de la nación, o en la pureza de la raza o en la prosperidad económica, o en la potencia militar de la clase, del Estado o de la raza. Todo ello, en el fondo, no es sino falta de reflexión sobre la grandeza de la persona humana, la que puede ciertamente, trabajar por su nación y su esplendor o por la cooperación en la prosperidad económica. Pero como que alguna de esas cosas dichas constituya el objeto de la felicidad human, no es posible.
En nuestro propio siglo, el que ha visto surgir y caer todos esos equivocados planteamientos. Se buscó el objeto de la felicidad donde no estaba y ello causó gran decepción a los que tomaron ese equivocado camino.
Una primera conclusión del recorrido sobre los criterios que algunos han tenido sobre el objeto de la felicidad humana es que, en esta vida transitoria, terrestre, importantísima pero pasajera, no existe ningún objeto que pueda dar la felicidad a los seres humanos.
Ciertamente hay muchos bienes, bienes del cuerpo, y bienes del alma, como lo hemos visto, pero tales bienes ni incluyen todos los males, ni pueden ser poseídos por todas las personas ni admiten una posesión perpetua.
Esto lleva a una conclusión que es profunda: el hombre está llamado a la felicidad, su corazón la busca, su alma la anhela, pero entre los bienes de este mundo, algunos por cierto muy dignos de aprecio, no existe, sin embargo, ninguno capaz de colmar en forma permanente el ansia humana de felicidad.
PREGUNTA PROBLEMA
¿Es posible que el hombre sea feliz?
TESIS
Considerando que el anhelo de felicidad en cada ser humano es tan vigoroso, podemos reconocer que hay un deseo innato de felicidad en cada persona.
HIPÓTESIS
A partir de ese dato examinaremos que sí debe existir el objeto de la felicidad humana, porque la naturaleza no hace nada en vano y por naturaleza todo ser humano busca ser feliz. Entonces, atraídos por el bien que lo rodea, cada ser humano tiende a esos bienes que halla a mano para poder constituir el objeto de la felicidad humana.
OBJETIVOS
- Al ser éste un tema en el que podemos encontrar diversas opiniones, por ser muy personal, partiremos de diferentes conceptos de felicidad, ya sean desde el punto de vista filosófico (ético, metafísico), sociológicos, económicos y de diferentes momentos socio- históricos, veremos cómo se encara dicho problema y cuáles son los factores en los que se apoya la sociedad para alcanzarla.
- De acuerdo a los antiguos filósofos, analizaremos en qué se basaban para que el individuo llegara a alcanzar la felicidad.
- Indagar cuan importante es el objeto de la felicidad humana sin confundirlo con los medios para llegar a ella.
- Reflexionar cómo la felicidad humana va abriendo horizontes amplísimos que de nuevo reclaman preguntas y respuestas.
PREGUNTAS DE ENCUESTA
SEXO: EDAD:
OCUPACIÓN: ESTADO CIVIL:
- ¿Qué piensa usted que es la Felicidad?
- ¿Es posible que el hombre sea feliz?
- ¿Usted considera que ha alcanzado la Felicidad?
- ¿Cuáles de estos factores considera que influyen sobre la felicidad humana?
- Dinero
- Familia
- Trabajo
- Amor
- Religión
- Salud
- La Sociedad
- Otros
- ¿Cuáles de estos factores considera para darse cuenta si ha alcanzado o no la Felicidad?
DE LA FELICIDAD
REFERENCIA SOBRE DE ARISTÓTELES
Aristóteles es el pensador más extraordinario que ha dado la humanidad. Nos asombra no solo la vastedad de sus conocimientos, sino muy especialmente la profundidad y penetración de su pensamiento. Del dijo Augusto Compte que era "el príncipe eterno de los verdaderos pensadores". Por su parte, el filósofo español Rafael Cambra dice que Aristóteles es "el fruto intelectual más granado de aquella civilización refinada, especialmente idónea para la filosofía, verdadera edad dorada de la cultura humana"(6).
Aristóteles ingresó a la Academia de Platón a los 17 años, y allí permaneció durante 20 años. En esta Institución se nutrió en las fuentes más puras del pensamiento de su época.
Tiempo después fundo su propia escuela que se conoció con el nombre de "Liceo". En su liceo trabajo sin descanso en la creación de la más vasta obra científico-filosófica de la antigüedad.
Dada la finalidad de este libro, sólo nos ocuparemos de estudiar su pensamiento ético , el cual, dicho sea de paso, descansa sobre los supuestos fundamentos de su metafísica, y se orienta a la consecución del sumo bien, el cual sólo puede alcanzarse a través de la política.
Aristóteles asignó gran importancia a los problemas éticos, a tal punto que hasta nosotros han llegado tres libros de ética de su autoría. Ellos son: La Ética Eudemia, la ética Nicomaquea y la Gran Ética. Además, un opúsculo sobre las Virtudes y los Vicios.
Los calificativos de "eudemia" y "nicomaquea", seguramente se derivan de sus editores, su amigo Eudemo de Rodas, y su hijo Nicómaco. Por su parte, la Gran Ética, parece tener su origen en una edición hecha en el siglo III a .C. con el fin de reconciliar sus ideas con las de Platón.
LA ÉTICA DE BIENES
A la ética de Aristóteles se le conoce con los calificativos de ética de bienes, de fines, eudemonista, y ética material.
A continuación examinaremos un grupo de textos tomados de la ética Nicomaquea, con el fin de comprender mejor su doctrina.
1-"todo arte y toda investigación científica, lo mismo que toda acción y elección, parecen tender a algún bien; y por ello definieron con toda pulcritud el bien de los que dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran".(6)
2-"Siendo como en gran numero las acciones y las artes y ciencias, mucho serán por consiguiente los fines. Así, el de la medicina es la salud; el de la construcción naval, el navío, de la estrategia, la victoria, y el de la ciencia económica, la riqueza."(7)
3-"Si existe un fin de nuestros actos querido por sí mismo, y los demás por él; y si es verdad también que no siempre elegimos una cosa en viste de otra-seria tanto como remontar al infinito, y si nuestro anhelo fuese un ruin y miserable, es claro que ese fin será entonces no-solo el bien sino el bien soberano. Con respecto a nuestra vida, el conocimiento de ese bien es casa de gran momento, y teniéndolo presente, como los arqueros al blanco, acertemos mejor donde conviene. Y así, hemos de intentar comprender en general cual pueda ser, y la ciencia teórica o practica de que depende."(8)
4- "En cuanto al hombre por lo menos, reina acuerdo casi unánime, pues tanto la mayoría como los espíritus más selectos llaman a ese bien la Felicidad, y suponen que es lo mismo vivir bien y obrar bien que ser feliz. Pero la esencia de la felicidad es cuestión disputada, y no las explican del mismo modo el vulgo y los doctos"(9)
De la lectura de los anteriores textos podemos comprender que la ética de Aristóteles es una ética de bienes porque él supone cada vez que el hombre actúa lo hace en búsqueda de todo bien. Como son muchos los bienes que el hombre aspira alcanzar a lo largo de su existencia, puede darse perfecta cuenta que estos no son todos de la misma jerarquía, esto es, que unos son mas elevados que otros.
A los bienes que ordenamos para alcanzar otros, los llamó bienes medios. Al bien mas elevado, al que no podemos convertir en medio para alcanzar otro bien, lo denomino bien final o bien supremo.
Al bien supremo lo identifico con la felicidad, por esta razón ubicamos su ética dentro de la corriente que se ha denominado eudemonismo, de eudaimonía, felicidad.
EL EUDEMONISMO
Una vez que Aristóteles dejó establecido que todos los hombres se proponen alcanzar la felicidad, se dedicó a indagar en qué consiste ésta, para lo cual examinó todas las opiniones emitidas por los pensadores que le precedieron.
Un examen minucioso de esas opiniones acerca de la felicidad, le permitió descartar esas mismas opiniones, y reforzar su propia tesis de que la felicidad consistía en la posesión de la sabiduría.
Partió de la tesis de que el bien y la felicidad son concebidos por los hombres a imagen del genero de vida a que cada cual le es propio. La multitud y los más vulgares ponen el bien supremo en el placer, y por esto aman la vida voluptuosa.
El placer causa deleite corporal por medio de la percepción sensorial, y no es bien perfecto del hombre si se le compara con los bienes del alma.
Otros hombres apuntan al honor, la felicidad es para ellos "el premio a la virtud". Y el honor parece ser sobre todo el premio a la virtud. Pero el honor depende más de quien lo da que de quien lo recibe, mientras que el fin de la vida debe ser alguna cosa que nos sea propia. El honor se otorga a alguien por alguna excelencia suya, y por ello es un signo y testimonio de la excelencia que tiene el honrado, por lo tanto el honor es una consecuencia de la felicidad, pero ésta no puede consistir principalmente en el honor.
La felicidad podría consistir en la fama o la gloria, porque por ella los hombres alcanzan en cierto modo la eternidad. Pero la fama o la gloria puede ser falsa. La fama o la gloria depende de los admiradores, por lo cual no tiene consistencia propia, luego la felicidad no puede consistir en la fama o la gloria.
La felicidad podría consistir en la posesión de riquezas. Las riquezas ejercen un fuerte dominio sobre el afecto del hombre. Con el dinero se compran casi todas las cosas. Además, mientras más riquezas se poseen, más se desean. Pero si se examina más detenidamente, podemos distinguir que existen dos tipos de riquezas. Las naturales, que sirven para satisfacer las necesidades vitales como el alimento, la vivienda, los vestidos, los vehículos, etc. También existen las riquezas artificiales, inventadas por el hombre para facilitar los cambios, y hacer posible el comercio, estas son el dinero.
Resulta evidente que la felicidad del hombre no puede consistir en las riquezas naturales porque estas se buscan con una finalidad ulterior, y que en el orden natural todas están hechas para el hombre y se ordenan al hombre. Por su parte, las riquezas artificiales no se buscarían si con ellas no se compraran las cosas necesarias para la vida, esto es, las riquezas naturales.
La felicidad podría, entonces, consistir en la posesión del poder.
La cosa que más rehuyen los hombres es la servidumbre, a la cual se contrapone el poder, luego el poder de gobernar a los demás es un bien.
El poder no es un bien perfecto porque es "incapaz de ahuyentar la angustia de las preocupaciones ni evitar los aguijones del miedo".
Además, el poder sirve para el bien y para el mal, por consiguiente la felicidad podría consistir en el buen uso del poder mediante la virtud, más que en el poder mismo. Otra de las desventaja que tiene el poder para ser la felicidad consiste en que al igual que las riquezas, puede ser arrebatado por otros hombres.
Para algunos, en efecto, la felicidad parece consistir en la virtud; para otros en la prudencia; para otros aún en una forma de sabiduría, no faltando aquellos para quienes la felicidad es todo eso o parte de eso, con placer o sin placer, a todo lo cual hay aún quienes añaden la prosperidad exterior como factor concomitante"(10).
ARISTÓTELES
TEXTO 4A. ÉTICA A NICÓMACO, LIBRO X
Abarca los cuatro últimos capítulos de esta obra, en los que el filósofo presenta un resumen de su concepción de la felicidad como fin último del ser humano. La vida consiste en realizar alguna actividad virtuosa (capítulo 6), pero no conforme a cualquier virtud, sino a la virtud más excelsa y perfecta, que se refiere a la actividad contemplativa del entendimiento (capítulo 7). Para ello, es necesario que el hombre posea también bienes materiales y otras virtudes, como la justicia (capítulo 8), o cual seria imposible sin la existencia de una organización política que haga cumplir las leyes y facilite a los ciudadanos el ejercicio de la virtud (capítulo 9).
Capítulo 6. La Felicidad y su Contenido
Después de haber tratado acerca de las virtudes, la amistad, los placeres, nos resta una discusión sumaria en torno a la felicidad, puesto que la colocamos como fin de todo lo humano.
Dijimos, pues, que la felicidad no es un modo de ser, pues de otra manera podría pertenecer también al hombre que pasara la vida durmiendo o viviera como una planta, al hombre que sufriera las mayores desgracias. Ya que esto no es satisfactorio, sino que la felicidad ha de ser considerada, más bien, una actividad, como hemos dicho antes, y si, de las actividades, unas son necesarias y se escogen por causa de otras, mientras que otras se escogen por sí mismas, es evidente que la felicidad se ha de colocar entre las cosas por sí mismas deseables y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a sí misma, y las actividades que se escogen por sí mismas son aquellas de las cuales no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las acciones de acuerdo con la virtud. Pues el hacer lo que es noble y bueno es algo deseado por sí mismo. Asimismo, las diversiones que son agradables, ya que no se buscan por causa de otra cosa; pues los hombres son perjudicados más que beneficiados por ellas, al descuidar sus cuerpos y sus bienes. Sin embargo, la mayor parte de los que son considerados felices recurren a tales pasatiempos y ésta es la razón por la que los hombres ingeniosos son muy favorecidos por los tiranos, porque ofrecen los placeres los placeres que los tiranos desean y, por eso, tienen necesidad de ellos. Así estos pasatiempos parecen contribuir a la felicidad, porque es en ellos donde los hombres de poder pasan sus ocios. Pero, quizá, la aparente felicidad de tales hombres no es señal de que sean realmente felices. En efecto, ni la virtud ni el entendimiento, de los que proceden las buenas actividades, radican en el poder; y el hecho de que tales, por no haber buscado un placer puro y libre, recurran a las placeres del cuerpo no es razón para considerarlos preferibles, pues también los niños creen que lo que ellos estiman es lo mejor. Es lógico, pues, que, así como para los niños y los hombres son diferentes las cosas valiosas, así también para los malos y para los buenos. Por consiguiente, como hemos dicho muchas veces, las cosas valiosas y agradables son aquellas que le aparecen como tales al hombre bueno. La actividad más preferible para cada hombre será, entonces, la que está de acuerdo con su propio modo de ser, y para el hombre bueno será la actividad de acuerdo con la virtud. Por tanto, la felicidad no está en la diversión, pues sería absurdo que el fin del hombre fuera la diversión y que el hombre se afanara y padeciera toda la vida por causa de la diversión. Pus todas las cosas, por así decir, las elegimos por causa de otra, excepto la felicidad, ya que ella misma es el fin. Ocuparse y trabajar por causa de la diversión parece necio y muy pueril; en cambio, divertirse para afanarse después parece, como dice Anacarsis, estar bien; porque la diversión es como un descanso, y como los hombres no pueden estar trabajando continuamente, necesitan descanso. El descanso, por tanto, no es un fin, porque tiene lugar por causa de la actividad. La vida feliz, por otra parte, se considera que es la vida conforme a la virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la diversión. Y decimos que son mejores las cosas serias que las que provocan risa y son divertidas, y más seria la actividad de la parte mejor del hombre y del mejor hombre, y la actividad del mejor es siempre superior y hace a uno más feliz. Y cualquier hombre, el esclavo no menos que el mejor hombre, puede disfrutar de los placeres del cuerpo; pero nadie concedería felicidad al esclavo, a no ser que le atribuya también a él vida humana. Porque la felicidad no está en tales pasatiempos, sino en las actividades conforme a la virtud, como se ha dicho antes.
Si aceptamos que el placer debe estar mezclado con la felicidad, el más deleitoso de los actos conforme a la virtud es el ejercicio de la sabiduría. El sólo afán de saber, la filosofía, encierra deleites maravillosos por su pureza y por su firmeza, y por supuesto, el saber adquirido, produce un goce mayor que el de su mera indagación. Además, la sabiduría la contiene como propio un placer que aumenta con la actividad (15).
En conclusión, la felicidad consiste en la actividad de la inteligencia según la virtud que le es propia. Como Aristóteles es ante todo un hombre realista, presupone que para que un individuo pueda dedicarse a la actividad contemplativa debe disponer de bienes exteriores que le permitan satisfacer sus propias necesidades, porque por ejemplo, un hombre que viva en la miseria jamás podrá tenerse por feliz.
Capítulo 7. En qué consiste la Felicidad Perfecta
Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable (que sea una actividad) de acuerdo con la virtud más excelsa, y ésta será una actividad de la parte mejor del hombre. Ya sea, pues, el intelecto ya otra cosa lo que, por naturaleza, parece mandar y dirigir y poseer el conocimiento de los objetos nobles y divinos, siendo esto mismo divino o la parte más divina que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud propia será la felicidad perfecta. Y esta actividad es contemplativa, como ya hemos dicho.
Esto parece estar de acuerdo con lo que hemos dicho y con la verdad. En efecto, esta actividad es la más excelente (pues el intelecto es lo mejor de lo que hay en nosotros y está en relación con lo mejor de los objetos cognoscibles); también es la más continua, pues somos más capaces de contemplar continuamente que de realizar cualquier otra actividad. Y pensamos que el placer debe estar mezclado con la felicidad, y todo el mundo está de acuerdo en que la más agradable de nuestras actividades virtuosas es la actividad en concordancia con la sabiduría. Ciertamente, se considera que la filosofía posee placeres admirables en pureza y en firmeza, y es razonable que los hombres que saben, pasen su tiempo más agradablemente que los que investigan. Además, la dicha autarquía se aplicará, sobre todo, a la actividad contemplativa, aunque el sabio y el justo necesiten, como los demás, de las cosas necesarias para la vida; pero, a pesar de estar suficientemente provistos de ellas, el justo necesita de otras personas hacia las cuales y con las cuales practicar la justicia, y lo mismo el hombre moderado, el valiente y todos los demás; en cambio, el sabio, aun estando sólo, puede teorizar, y cuanto más sabio, más; quizá sea mejor para él tener colegas, pero con todo, es el que más se basta a sí mismo.
Esta actividad es la única que parece ser amada por sí misma, pus nada se saca de ella excepto la contemplación, mientras que de las actividades prácticas obtenemos, más o menos, otras cosas, además de la acción misma. Se cree, también, que la felicidad radica en el ocio, pus trabajamos para tener ocio y hacemos la guerra para tener paz. Ahora bien, la actividad de las virtudes prácticas se ejercita en la política o en las acciones militares, y las acciones relativas a estas materias se consideran penosas; las guerras, en absoluto ( pues nadie elige el guerrear por el guerrear mismo, ni se prepara sin más para la guerra; pues un hombre que hiciera enemigos de sus amigos para que hubiera batallas y matanzas, sería considerado un completo asesino); también es penosa la actividad de político, y, aparte de la propia actividad, aspira a algo más, o sea, a poderes y honores, o en todo caso, a su propia felicidad o a la de los ciudadanos, que es distinta de la actividad política y que es claramente buscada como una actividad distinta. Sí, pues, entre las acciones virtuosas sobresalen las políticas y guerreras por su gloria y grandeza, y, siendo penosas, aspiran a algún fin y no se eligen por si mismas, mientras que la actividad de la mente, que es contemplativa, parece ser superior en seriedad, y no aspira a otro fin que a sí misma y a tener su propio placer ( que aumenta la actividad), entonces la autarquía, el ocio y la ausencia de fatiga, humanamente posibles, y todas las demás cosas que se atribuyen al hombre dichoso, parecen existir, evidentemente, en esta actividad.
Ésta, entonces, será la perfecta felicidad del hombre, si ocupa todo el espacio de su vida, porque ninguno de los atributos de la felicidad es incompleto.
Tal vida, sin embargo, sería superior a la de un hombre, pues el hombre viviría de esta manera no en cuanto hombre, sino en cuanto que hay algo divino en él; y la actividad de esta parte divina del alma es tan superior al compuesto humano como lo es su actividad respecto de la actividad de las otras virtudes. Sí, pues, la mente es divina respecto del hombre, también la vida según ella será divina respecto de la vida humana. Pero no hemos de seguir los consejos de algunos que dicen que, siendo hombres, debemos pensar sólo humanamente y, siendo mortales, ocuparnos sólo de las cosas mortales, sino que debemos, en la medida de lo posible, inmortalizarnos y hacer todo esfuerzo para vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en nosotros; pues, aun cuando esta parte sea pequeña en volumen, sobrepasa a todas las otras en poder y dignidad. Y parecía también, que todo hombre es esta parte, si, en verdad, ésta es la parte dominante y la mejor; por consiguiente, sería absurdo que un hombre no eligiera su propia vida sino la de otro. Y lo que dijimos antes es apropiado también ahora: lo que es propio de cada uno por naturaleza es lo mejor y lo más agradable para cada uno. Así, para el hombre, lo será la vida conforme a la mente, si, en verdad, un hombre es primariamente su mente. Y esta vida será también la más feliz.
Capítulo 8. Superioridad de la Vida Contemplativa
La vida, de acuerdo con la otra especie de virtud, es feliz de una manera secundaria, ya que las actividades conforme a esta virtud son humanas. En efecto, la justicia, la valentía, y las demás virtudes las practicamos recíprocamente en los contratos, servicios y acciones de todas clases, observando en cada caso lo que conviene con respecto a nuestras pasiones. Y es evidente que todas esas cosas son humanas. Algunas de ellas parece que incluso proceden del cuerpo, y la virtud ética está de muchas maneras asociada íntimamente con las pasiones. También la prudencia está unida a la virtud ética, y ésta a la prudencia, sí, en verdad, los principios de la prudencia están de acuerdo con las virtudes éticas, y la rectitud de la virtud ética con la prudencia.
Puesto que estas virtudes éticas están también unidas a las pasiones, estarán, asimismo, en relación con el compuesto humano, y las virtudes de este compuesto son humanas; y, así, la vida y la felicidad, de acuerdo con estas virtudes, serán también humanas.
La virtud de la mente, por otra parte, está separada, y baste con lo dicho a propósito de esto, ya que en una detallada investigación iría más allá de nuestro propósito. Parecería, con todo, que esta virtud requiere recursos externos sólo en pequeña medida o menos que la virtud ética. Concedamos que ambas virtudes requieran por igual las cosas necesarias, aún cuando el político se afane más por las cosas del cuerpo y otras tales cosas ( pues poco difieren estas cosas); pero hay mucha diferencia en lo que atañe a las actividades. En efecto, el hombre liberal necesita riqueza para ejercer su liberalidad, y el justo para poder corresponder a los servicios ( porque los deseos no son visibles y aún los injustos fingen querer obrar justamente), y el valiente necesita fuerzas, si es que ha de realizar alguna acción de acuerdo con la virtud, y el hombre moderado necesita los medios, pues ¿cómo podrá manifestar que lo es o que es diferente de los otros?.
Se discute si lo más importante de la virtud es la elección o las acciones, ya que la virtud depende de ambas. Ciertamente, la perfección de la virtud radica en ambas, y para las acciones se necesitan muchas cosas, y cuanto más grandes y más hermosas sean, más se requieren. Pero el hombre contemplativo no tiene necesidad de nada de ello, al menos para su actividad, y se podría decir que incluso estas cosas son un obstáculo para la contemplación; pero en cuanto que es hombre y vive con muchos otros, elige actuar de acuerdo con la virtud, y por consiguiente necesitará de tales cosas para vivir como hombre.
Que la felicidad perfecta es una actividad contemplativa será evidente también por lo siguiente. Consideramos que los dioses son en grado sumo bienaventurados y felices, pero ¿qué genero de acciones hemos de atribuirles? ¿Acaso las acciones justas? ¿No parecerá ridículo ver a los dioses haciendo contratos, devolviendo depósitos y otras cosas semejantes? ¿O deben ser contemplados afrontando peligros, arriesgando su vida para algo noble? ¿O acciones generosas?. Pero, ¿a quién darán? Sería absurdo que también que también ellos tuvieran dinero o algo semejante. Y ¿cuáles serían sus acciones moderadas? ¿No será esto una alabanza vulgar, puesto que los dioses no tienen deseos malos?. Aunque recorriéramos todas estas virtudes, todas las alabanzas relativas a las acciones nos parecerían pequeñas e indignas de los dioses.
Sin embargo, todos creemos que los dioses viven y que ejercen alguna actividad, no que duermen, como Edimión. Pues bien, si a un ser vivo se le quita la acción y, aún más, la actividad producción, ¿qué le queda, sino la contemplación?. De suerte que la actividad divina que sobrepasa a todas las actividades en beatitud, será contemplativa, y, en consecuencia, la actividad humana que está más íntimamente unida a está actividad, será la más feliz. Una señal de ello es también el hecho de que los demás animales no participan de la felicidad por estar del todo privados de la actividad. Pues, mientras toda la vida de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en cuanto que existe una cierta semejanza con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres vivos es feliz, porque no participan, en modo alguno, de la contemplación. Por consiguiente, hasta donde se extiende la contemplación, también la felicidad, y aquellos que pueden contemplar más son también más felices no por accidente, sino en virtud de la contemplación. Pues ésta es, por naturaleza, honorable.
De suerte que la felicidad será una especie de contemplación.
Sin embargo, siendo humano, el hombre contemplativo necesitará del bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud corporal, del alimento y de los demás cuidados. Por cierto, no debemos pensar que el hombre para ser feliz necesitará muchos y grandes bienes externos, si no puede ser bienaventurado si ellos, pues la autarquía y la acción no dependen de una superabundancia de estos bienes, y sin dominar el mar y la tierra se pueden hacer acciones nobles, ya que uno puede actuar de acuerdo con la virtud aun con recursos moderados. Esto puede verse claramente por el hecho de que los particulares, no menos que los poderosos, pueden realizar acciones honrosas y aún más; así es bastante, si uno dispone de tales recursos, ya que la vida feliz será la del que actúe de acuerdo con la virtud. Quizá también Solón se expresaba bien cuando decía que, a su juicio, el hombre feliz era aquel que, provisto moderadamente de bienes exteriores, hubiera realizado las más nobles acciones y hubiera vivido una vida moderada, pues es posible practicar lo que se debe con bienes moderados. También parece que Anaxágoras no atribuía al hombre feliz ni riqueza ni poder, al decir que no le extrañaría que el hombre feliz pareciera un extravagante al vulgo, pues éste juzga por los signos externos, que son los únicos que percibe. Las opiniones de los sabios, entonces, parecen estar en armonía con nuestros argumentos. Pero, mientras estas opiniones merecen crédito, la verdad es que, en los asuntos prácticos, se juzga por los hechos y por la vida, ya que en éstos son lo principal. Así debemos examinar lo dicho refiriéndolo a los hechos y a la vida, y aceptarlo, si armoniza con los hechos, pero considerándolo como simple teoría, si choca con ellos. Además, el que procede en sus actividades de acuerdo con su intelecto y lo cultiva, parece ser el mejor dispuesto y el más querido de los dioses. En efecto, si los dioses tienen algún cuidado de las cosas humanas, como se cree, será también razonable que se complazcan en lo mejor y más afín a ellos ( y esto sería el intelecto), y que recompensen a los que más lo aman y honran, como si ellos se preocuparan de sus amigos y actuaran recta y noblemente. Es manifiesto que todas estas actividades pertenecen al hombre sabio principalmente; y así, será el más amado de los dioses y es verosímil que sea también el más feliz. De modo que, considerado de este modo, el sabio será el más feliz de todos los hombres.
Volvamos de nuevo al bien que buscamos para preguntarnos qué es. Porque parece que es distinto en cada actividad y en cada arte; en efecto, es uno en la medicina, otro en la estrategia, y así en las demás. Pero ¿qué es el bien de cada uno de ellas? ¿no es aquello en virtud de lo cual se hacen las demás cosas?. En la medicina es la salud, en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros casos otras cosas, y en toda acción y decisión es el fin, pues todos hacen las demás cosas en vista, de él. De modo de que si hay algún fin de todos los actos, éste será el bien realizable, y éstos si hay varios. Nuestro razonamiento, después de muchos rodeos, vuelve al mismo punto; pero intentemos aclarar más esto puesto que parece que los fines son varios y algunos de estos los elegimos por otros; como la riqueza, las flautas y en general los instrumentos, es evidente que no todos son perfectos, pero lo mejor parece ser algo perfecto; de suerte que si solo hay un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si hay varios, el más perfecto de ellos. Llamamos perfecto al que se persigue por si mismo al que se busca por otra cosa, y al que nunca se elige por otra cosa, más que a los que se eligen a la vez por sí mismos y por otro fin, y en general consideramos perfecto lo que se elige siempre por sí mismo y nunca por otra cosa. Tal parece ser eminentemente la felicidad, pues la elegimos siempre por ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los honores, el placer, el entendimiento y toda virtud los deseamos ciertamente por sí mismos (pues aunque nada resultara de ellas, desearíamos todas estas cosas), pero también los deseamos en vista de la felicidad. En definitiva, puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos que aquel a que la política aspira por ser el supremo entre todos los bienes que pueden realizarse...es la Felicidad, de tal modo que vivir y obrar bien es ser feliz. Ahora bien, acerca de que sea la felicidad todos dudan y no lo explican del mismo modo el bulbo y los sabios.
(Aristóteles: Ética a Nicomaco)
Y LA FUNCIÓN ESPECÍFICA DEL HOMBRE
Pero tal vez parece cierto y reconocido que la felicidad es lo mejo y, sin embargo, sería deseable mostrar con mayor claridad qué es. Acaso se lograría esto si se comprendiera la función del hombre. En efecto, del mismo modo que en el caso de un flautista de un escultor y de todo artífice, y en general de los que hacen alguna obra o actividad parece que lo bueno y el bien están en la función, así parecerá también en el caso del hombre si hay alguna función que le sea propia. ¿Habrá algunas obras y actividades propias del carpintero y del zapatero, pero ninguna del hombre, sino que será éste naturalmente inactivo?. O bien, así como parece que hay alguna función propia del ojo y de la mano y del pie, y en general de cada uno de los miembros ¿se atribuirá al hombre alguna función aparte de esta? ¿y cuál será esta finalmente?. Porque el vivir parece también común a las plantas y se busca lo propio. Hay que dejar de lado, por tanto, la vida de nutrición y crecimiento. Vendría después la sensitiva pero parece que también ésta, es común al caballo, al buey y a todos los animales. Queda por último cierta vida activa propia del ente que tiene razón. Y éste por una parte, obedece a la razón; por otra parte, la posee y piensa. Y como esta actividad se dice de dos maneras, hay que tomarla en acto, pues parece que se dice primariamente esta. Y si la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón o no desprovista de razón, y por otra parte decimos que esta función es específicamente propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cita es propio de un citarista y de un buen citarista, y así en todas las cosas, añadiéndose a la obra la excelencia de la virtud (pues es propio del citarista tocar la cítara, y del buen citarista tocarla bien), siendo esto así decimos que la función del hombre es una cierta vida y en esta una actividad del lama y acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y primorosamente y cada una se realiza bien según la virtud adecuada; y, si esto es así, el bien humano es una actividad del alma según virtud, y si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más perfecta y además en una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un solo día y así tampoco hace venturoso y feliz un solo día o un poco tiempo.
(Aristóteles: Ética a Nicomaco)
Puesto que la felicidad es una actividad del alma según la virtud perfecta, hay que tratar de la virtud pues acaso así consideraremos mejor lo referente a la felicidad. Y parece también que el que es de veras político se ocupa, sobre todo de ella, pues quiere hacer a los ciudadanos buenos y obedientes a las leyes. Y esta investigación pertenece a la política, es evidente que esta indagación estará de acuerdo con nuestro proyecto inicial. Acerca de la virtud es evidente que hemos de investigar la humana, ya que también buscamos el bien humano y la felicidad humana. Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, si no a la del alma; y decimos que la felicidad es una actividad del alma. Y esto es así que el político debe conocer en cierto modo lo referente al alma, como el que cura, los ojos también todo el cuerpo, y tanto más cuanto que la política es más estimable y mejor que la medicina; y los médicos distinguidos se ocupan mucho del conocimiento del cuerpo, también ha de considerar el alma pero la ha, de considerar en vista de estas cosas. Además en los tratos exotéricos se estudian suficientemente algunos puntos acerca del alma y hay que servirse de ellos; por ejemplo, que una parte de ella es irracional y la otra tiene razón... lo irracional en parte parece común y vegetativo, quiero decir la causa de la nutrición y del crecimiento pues esta facultad del alma puede admitirse en todos los seres que se nutren. Es claro, pues, que su virtud es común y no humana... pero sobre estas cosas vasta, y dejemos también aparte la nutritiva, puesto que es naturalmente ajena a la virtud humana. Pero parece que hay además otro principio irracional en el alma, que participa, sin embargo, de la razón. Pues tanto en el continente como en el incontinente elogiamos la razón y la parte del alma que tiene razón o porque exhorta también a lo mejor, pero también aparece en ellos algo más, ajeno que lucha y contiende con la razón. Exactamente como los miembros paralíticos del cuerpo, queremos moverlo hacia la derecha y se van al contrario (hacia la izquierda), y así ocurre también con el alma, pues las tendencias de los incontinentes se mueven en sentido contrario. Pero en los cuerpos vemos lo que se desvía, en el alma no lo vemos; pero probablemente no por eso ha de creerse que en el alma hay algo ajeno a la razón que se le opone y le es adverso.
Resulta, por tanto, que también lo irracional es doble, pues lo vegetativo no participa en modo alguno de la razón, pero lo apetito, y en general, desiderativo, participa de algún modo en cuanto lo es dócil y obediente, que lo racional se deja en cierto modo persuadir por la razón, lo cual indica también advertencia y toda reprensión y exhortación. Y si hay que decir que esto también tiene razón, lo que tiene razón será doble, de un lado primariamente y en sí mismo, y de otra parte como el hacer caso del padre. También la virtud se divide de acuerdo con esta diferencia: pues decimos que una son dianoéticas y otras éticas y así la sabiduría, la inteligencia y la prudencia son dianoéticas, la libertad y la templanza éticas: pues si hablamos del carácter no decimos que alguien es sabio o inteligente sino que es amable o morigerado, y también elogiamos al sabio por su hábito, y los hábitos dignos de elogio los llamamos virtudes.
(Aristóteles: Ética a Nicomaco)
En la ética, que tiene por objeto el estudio el accionar individual humano, Aristóteles parte de la consideración del hombre como ser natural, que en cuanto tal, debe dirigirse algún fin. Por lo tanto se trata de descubrir cual es ese fin. Dicho fin, en cuanto debe llevar a la autorrealización, puede ser definido como bien, puesto que para Aristóteles el bien es "aquello a que todas las cosas tienden", de tal manera que bien y fin coinciden. Pero así como unos fines se subordinan a otros, también unos bienes se subordinan a otros. La discusión se establece entonces en torno a cuál es el bien al que deban subordinarse los demás bienes.
Para determinar las normas del comportamiento humano es preciso conocer en qué consiste el bien del hombre y cómo puede éste alcanzarlo. Para éste (para el hombre), el bien supremo es la felicidad, por ser ésta fin en sí misma.
Todas las acciones del hombre van encaminadas a lograrla y se encuentran subordinadas a ellas; pero determinar qué es la felicidad no es tan fácil.
Si la felicidad es el bien del hombre, toda actividad que contribuya a su consecución será virtuosa; por tales motivos, virtud y felicidad aparecen claramente relacionadas, de ahí la importancia de la discusión sobre qué es la virtud.
Aristóteles entiende que hay dos tipos de virtudes: dianoéticas, que se refiere al entendimiento (el arte, el saber, la sabiduría práctica, la sabiduría teórica y la inteligencia) y las propiamente éticas, que van encaminadas a dirigir las acciones humanas (la valentía, el dominio de sí, la libertad, la magnanimidad, la mansedumbre, la veracidad, la amistad, la justicia, entre otras).
Para dar una definición específica de la virtud ética Aristóteles considera necesario la explicación de la noción de término medio. El termino medio puede entenderse en relación con la cosa o en relación con el sujeto de la acción. Este segundo sentido es el que toma Aristóteles para definir la virtud:
"Llamo término medio de la cosa al que dista lo mismo de ambos extremos, y éste es uno y el mismo para todos; y relativamente a nosotros, al que ni es demasiado poco, y éste no es ni uno ni el mismo para todos. Por ejemplo, si diez es mucho y dos es poco, se toma el seis como término medio en cuanto a la cosa, pues sobrepasa y es sobrepasado en una cantidad igual, y en esto consiste el medio según la percepción aritmética. Pero respecto de nosotros no ha de entenderse así, pues si para uno es mucho comer diez libras y poco comer dos, el entrenador no prescribirá seis libras, porque probablemente esa cantidad será también mucho para el que ha de tomarla, o por poco: para Milón poco (Milón era un famoso atleta del siglo VI a.C., que comía una ración diaria de más de 8 Kilos de carne, otros tantos de pan, y casi 10 litros de vino); para el gimnasta principalmente, mucho. Y lo mismo si se trata de la carrera y de la lucha. Así pues, todo conocedor rehuye el exceso y el defecto, y busca y busca el término medio y lo prefiere; pero el término medio no de la cosa, sino el relativo a nosotros[ ...] .
Es, por tanto la virtud un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros determinado por la razón y por aquella por la cual decidiría el hombre prudente. El término medio lo es entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y también por no alcanzar en un caso y sobrepasar en otro el justo límite en las pasiones y acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio."
Definida la virtud como un hábito, Aristóteles define también la vida feliz como aquella que es "conforme a la virtud"
Para Aristóteles, la felicidad, aunque no se identifique con el placer, tampoco es incompatible con el disfrute de bienes como la salud, el bienestar, etc. Al contrario, no parece que una vida feliz sea plenamente posible sin las circunstancias positivas que favorezcan su realización. En su Ética discute diversos ideales de felicidad, en relación con distintas formas de vida, considerando la autarquía (capacidad de bastarse a sí mismo) como piedra de toque de la felicidad. Feliz, en último término, sería aquel que como un dios "no necesita de nada ni de nadie".
El sentido práctico que inspira finalmente la ética aristotélica aparece así coronado por esta inspiración que llevará a Aristóteles a postular el ideal del sabio dedicado a la actividad teorética ( lo más elevado y "divino" que hay en el hombre) como forma suprema de felicidad:
"Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos cuál es aquel a que la política aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes que pueden realizarse. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre, pues tanto la multitud como los refinados dicen que es la felicidad, y admiten que vivir y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los honores; y otros, otra cosa; a menudo, incluso una misma persona opina cosas distintas: si está enfermo, la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen conciencia de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está por encima de su alcance. Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos aquellos sean bienes [ ...] . No parecería sin razón entender el bien y la felidad según las diferentes vidas. La masa y los más groseros los identifican con el placer, y por eso aman la vida voluptuosa –pues son tres los principales modos de vida: la que acabamos de decir, la política y en tercer lugar la teorética-. Los hombres vulgares se muestran completamente serviles al preferir una vida de bestias, pero tienen derecho a hablar porque muchos de los que están en puestos elevados se asemejan en sus pasiones a Sardanápalo (rey de Asiria, del siglo IX a.C., famoso por sus vicios). En cambio, los hombres refinados y activos ponen el bien en los honores, pues tal viene a ser el fin de la vida política. Pero parece que es más trivial que lo que buscamos, pues parece que está más en los que conceden los honores que en el honrado, y adivinamos que el bien es algo propio y difícil de arrebatar. Por otra parte, parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que tienen mérito, pues buscan la estimación de los hombres sensatos y de los que los conocen, y fundada en la virtud; es evidente, por tanto, que incluso para estos hombres la virtud es superior [ ...] .
El tercer modo de vida es el teorético, que examinaremos más adelante. En cuanto a la vida de negocios, tiene cierto carácter violento, y es evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues sólo es útil para otras cosas.
[ ...] (a la felicidad) pensamos que más bien se la debe considerar como una actividad, como hemos dicho anteriormente, y si de las actividades unas son necesarias y se escogen por causa de otras, y otras son deseables por sí mismas, es evidente que la felicidad se ha de contar entre las deseables por sí mismas y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a sí misma. Ahora bien, se eligen por sí mismas aquellas actividades en que no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las acciones virtuosas, pues el hacer lo que es honesto y bueno pertenece al número de las cosas deseables por sí mismas [ ...] .
Si la felicidad es una actividad conforma a la virtud, es razonable que sea conforme a la virtud más excelente, y ésta será la virtud de lo mejor que hay en el hombre. Sea, pues, el entendimiento o sea alguna otra cosa lo que por naturaleza parece mandar y dirigir y poseer intelección de las cosas bellas y divinas, siendo divino ello mismo o lo más divino que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud que le es propia será la felicidad perfecta. Que es una actividad contemplativa."
En definitiva, pues, la felicidad acabada consiste en el ejercicio de la más perfecta actividad de la más elevada de las facultades del hombre: la actividad contemplativa. Pero mientras no alcancemos esta perfección y para quienes no sea posible alcanzarla, no son despreciables niveles intermedios de perfección o de felicidad.
Además, esta situación ideal de la vida del hombre a la que apunta Aristóteles haría de él un ser más que humano y, por lo mismo, el hombre, en cuanto ser natural, es un animal político, es decir, social por naturaleza. Esto hace que la felicidad humana sólo sea alcanzable en la polis.
(1225 – 1274) Nacido en las proximidades de Aquino, teólogo dominico, alumno y luego profesor en la Universidad de París, adhirió a la tendencia de apertura al conocimiento racional y científico que marcó el siglo XIII.
Algunos colaboradores de Santo Tomas le proporcionaron la traducción del Corpus Aristotelicum, aún de las partes que estaban prohibidas por haber sido introducidas en el mundo occidental por los pensadores árabes, entre ellos Averroes. Allí encontró la base óptima para conciliar el conocimiento revelado de Dios y la investigación científica de los hechos naturales, sin negar la supremacía de la fe. Santo Tomás reivindicó el valor de la razón como facultad cognoscitiva.
Esta nueva filosofía se encuentra comprendida en la Suma Teológica, obra que abarca desde reflexiones acerca de la naturaleza hasta el tema de Dios, pasando por la metafísica en general, el hombre y la moral, y donde podemos ver cómo, en términos de eco, Santo Tomás "cristianizó a Aristóteles" y "proporcionó a la iglesia un sistema doctrinal que la puso de acuerdo con el mundo natural".
La ética o filosofía práctica que propone Santo Tomás se encuentra enmarcada por el sistema arquitectónico que constituye su doctrina, donde cada disciplina se encuentra íntimamente relacionada con las otras, por lo que aislar una de ellas y pretender describirla sin aludir a las demás, es sumamente difícil.
Tal como lo hizo Aristóteles, Santo Tomás sostiene que todos los hombres oran por un fin, y que los diversos fines pueden ser, a su vez, medios para la obtención de otro fin, formando una cadena o una serie de cadenas que se unen en una cúspide constituida por el fin último, que es para todos los hombres, tal como sostenía Aristóteles, la Felicidad.
Santo Tomás, partiendo de la revolución cristiana, afirma que todo el universo, incluido el hombre, ha sido creado por un ser perfecto, eterno, infinitamente poderoso e inteligente, que da la razón de ser al orden natural del cosmos, de los seres animados y del hombre.
Dios es la causa primera de todas las criaturas, y ésta son orientadas, en conformidad con su propia naturaleza, a su perfección, es decir, a Dios, quien se constituye de este modo, en causa primera y fin último de la creación, alfa y omega de todos los seres.
¿Podemos afirmar que todos los hombres alcanzan su propia perfección, tal como lo hacen los demás seres naturales?
No, porque el hombre, por ser la criatura más elevada en la jerarquía natural, está dotado de libertad, de modo que tenderá hacia su fin último o se apartará de él con cada una de sus acciones libres. El hombre, el ser creado más importante en el orden natural, puede decir "no" a su propia perfección, a su fin último, hacia Dios.
Santo Tomás analiza los distintos tipos de bienes en los cuales el hombre puede buscar la felicidad, los clasifica, y va marcando para cada uno porqué no pueden brindar al hombre la bio-venturanza.
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* "Potencia" está tomada como "Facultad", es decir "capacidad para". Estas potencias se definen por sus actos (así, por ejemplo, la potencia auditiva no es lo mismo que la potencia visual, porque el acto de oír no es lo mismo que el acto de ver). Las potencias anímicas son dos: la inteligencia y la voluntad, y son "instrumentos" que posee el alma para realizar sus actos.
El ir descartando los distintos bienes, para afirmar como conclusión que sólo Dios puede constituir la felicidad para el hombre, es sólo el primer camino que emprende Santo Tomás.
Este filósofo enraya una segunda vía para afirmar la misma conclusión, y es el siguiente:
El alma tiene dos potencias o facultades: la inteligencia y la voluntad. La voluntad es el apetito que tiende al bien, pero no es capaz de conocer por sí mismo sino que aparece aquello que la razón muestra.
La razón es un aspecto teórico, es capaz de conocer o aprender la esencia de las cosas, y por conocer la esencia, conoce en forma universal. La razón práctica, a su vez, es aquella capaz de conocer el bien; por lo tanto, puede conocer el bien universal, y éste es el objeto de la voluntad.
"La bondad de la voluntad depende de su objeto, el cual le es propuesto por la razón. Por esto la bondad de la voluntad depende de la razón, según el modo mismo en que ella depende del objeto"
Los diversos bienes naturales, por ser limitados, no constituyen ese Bien Universal, sino que participan, en mayor o menor medida, del bien. Nuestra voluntad apetece el bien, pero, a nuestro alrededores, no encontramos el bien, sino distintos bienes, algunos mejores que otros. Y nosotros no deseamos estos bienes por lo que tienen de limitados, sino porque, en cierta medida tienen algo bueno.
La voluntad desea el bien ilimitado, y no lo encuentra en el orden natural. No obstante, ese bien existe, y es Dios. Podemos diferenciar entonces dos tipos de felicidad, una imperfecta y natural, propia de esta vida; y otra perfecta y sobrenatural, inaccesible durante nuestra actual existencia.
Debemos obrar bien siempre, y al obrar bien repetidamente, adquiriremos las virtudes, que son disposiciones que se establecen para obrar bien, es decir, "refuerzos" que reciben nuestras facultades que les facilitan el obrar recto.
"Hay en el hombre una aptitud natural hacia la virtud, pero la perfección misma de la virtud requiere necesariamente una cierta disciplina para quien quiere adquirirla".
Santo Tomás clasifica las virtudes en dos grandes grupos: las virtudes intelectuales y las morales. Las primeras perfeccionan el intelecto,; los segundos, la voluntad y a los apetitos. Las virtudes morales, tal como sostenía Aristóteles, constituyen un término medio, diferenciándose en tres: la justicia (lleva el obrar bien dando a cada uno lo suyo), la fortaleza (modera el temor y la audacia), y la templanza (modera los apetitos de la parte concupiscible).
La virtud principal es la prudencia, que nos permite determinar, en cada situación concreta, dónde está el término medio. Esta virtud, por lo tanto, rige a las otras, de manera que, cuando se obra rectamente los apetitos sensibles se encuentran guiados por la razón.
"El hombre disponible, para luchar contra sus impulsos, de las armas de la razón, de las que no disponen los otros animales".
"El bien del hombre consiste en conformes a la razón, y el mal, por el contrario, en lo que es fuera de ella".
Al obrar guiados por la razón, estaremos obrando también conforme a la ley natural que orienta nuestros actos hacia el fin último, es decir, Dios, el cual nos permite alcanzar la felicidad, puesto que la ley natural participa de la ley eterna, de la providencia divina, que rige el curso de toda la creación.
"La bondad de la voluntad, propiamente hablando, depende de su objeto, el cual le es propuesto por la razón. La bondad de la voluntad depende de la razón"
"Hay en el hombre una actitud natural hacia la virtud pero la perfección misma de la virtud depende de una cierta disciplina para quien quiera adquirirla"
"El hombre dispone para luchar contra los instintos de las armas de la razón de que no disponen los otros animales"
"El bien consiste en conformarse a la razón y el mal queda fuera de ello"
El hombre está dotado de la capacidad de trascender, esto es, ir más allá de sí mismo, tanto para conocer como para alcanzar la meta que lo invita su naturaleza: la felicidad.
Al conocer que solo el bien absoluto, Dios mismo, la perfección misma, puede colmar el ansia profunda de felicidad de la persona, ello a su vez plantea algunas cuestiones:
¿Quién es realmente el ser humano? ¿Cómo puede cada persona alcanzar la correcta y definitiva relación con ese bien perfecto que es Dios?.
Tales asuntos, sin duda alguna, están entre los más importantes que puedan plantearse los seres humanos. Los llamados grandes pensadores suelen plantearse estas altas cuestiones, porque afectan profundamente la vida de cada persona.
Hay la apariencia y la realidad; lo que pasa y lo que queda; lo transitorio y lo permanente.
En medio de estas cuestiones, cada ser humano ha de apreciar el valor y dignidad que le son propios; que cada persona constituye el valor más elevado del Universo.
Vimos que el ser humano trasciende porque tiene una inteligencia que todo lo puede conocer, unas cosas hoy, otras mañana; con facilidad unas, con empeño y venciendo dificultades otras; y el anhelo de conocer, llegar a hacer de algún modo todas las cosas, no tiene límite.
También es ser humano, cuando apartándose un poco de las cosas que, siendo buenas, valen menos que él, se pregunta por sí mismo, debe aprender a descubrir la gran verdad de que cada persona es y vale mucho más de lo que cada una pueda saber, apreciar de sí misma. Ello requiere reflexión, consideración atenta de lo que significa ser persona. Entonces paulatinamente podrá llegarse a comprender el alto valor de cada ser humano.
El ser humano descubre que hay en él, junto a la inteligencia, junto a la voluntad libre, al carácter único e irrepetible de cada persona, un anhelo de ser feliz de modo pleno, colmado...
En esta reflexión puede captar la persona que hay hondura en su ser, que lo externo siendo grande y hermoso, sin embargo puede resultar casi limitado comparado con la profundidad del espíritu humano.
Descubre así que el ser humano que puede ejercer una sostenida reflexión sobre sí mismo, mediante la llamada conciencia refleja, es un voltearse del espíritu sobre sí mismo para conocerse.
Tal forma de ser del intelecto humano lo que pone de manifiesto es el carácter espiritual, precisamente, de esta manifestación superior de la persona.
De ello han sacado conclusiones los pensadores: siendo como es el espíritu humano capaz de reflexionar sobre sí mismo, ello denota que es espiritual; si es espiritual, es por lo tanto inmortal.
La conclusión es que hay en las personas una dimensión que no puede ser terminada, destruida con la muerte, sino que por su propia manera de ser, se mantiene aunque el cuerpo se destruya. Entonces ese espíritu humano está llamado a alcanzar su meta, la felicidad, con la posesión del bien absoluto que es Dios.
De esa manera la persona descubre la necesidad de Dios, hacia quién tiende. Al mismo tiempo, por la reflexión, halla el carácter espiritual, por ende simple y en consecuencia inmortal de su propio espíritu.
La otra gran cuestión es: ¿Cómo alcanzar a Dios, en quién se halla toda perfección?
A lo largo de los siglos podemos enterarnos de las formas en que muchas personas se han relacionado con Dios, objeto de la felicidad humana.
Los pueblos le han rendido culto, al Ser Supremo, de diversas maneras: en forma pública y privada; con sacrificios diversos y con oraciones; con la práctica de la virtud y con el cumplimiento de normas de vida fundadas en lo que se considera que ha de ser agradable a Dios.
Otros seres humanos, a la par de actos como los mencionados, han indagado sobre Dios con más dedicación, con el objeto de saber más sobre Él y el de conocer cuál ha sido en el origen, es al presente y será en lo futuro la relación con Él.
En estas reflexiones sobre Dios, único objeto auténtico de la felicidad humana, podemos enterarnos de lo que decía un tan antiguo pensador como Cicerón (del año 106 al 43 a.C.):
"Ninguna nación, por atrasada y salvaje que haya sido, ha negado la existencia de los dioses, aún cuando tenga un concepto equivocado de su naturaleza".
Otro antiguo pensador, llamado Plutarco (año 46 al 120) llegó a escribir:
"Recorriendo la Tierra, vosotros podréis encontrar ciudades privadas de muros, de palacios, de escuelas, de teatros, de leyes, de arte y de monedas...pero una ciudad sin templos, una nación sin dioses, un pueblo que no ore...nadie lo ha visto jamás".
Estos testimonios constituyen la expresión de un consenso del género humano que ha tenido y tiene una constancia a lo largo de los siglos. Muestra la relación de los hombres con Dios y la importancia que para dar sentido a su vida tiene tal relación.
Así como tratar el tema de la felicidad y el ser Dios el objeto idóneo de ella para los seres humanos, nos lleva a recordar testimonios del pasado sobre el consenso del género humano al relacionarse con Dios, manifestándose, por su parte,:
"Obligado por mi enseñanza a pasar revista de todas las razas humanas, busqué el ateísmo tanto en los pueblos más bárbaros como en los más cultos. No lo encontré en ninguno, sino solo en uno que otro individuo" (De Quatrefages. Citado por Dezza, Introducción a la Filosofía). Porque siempre la muchedumbre de las poblaciones es esquiva al ateísmo y aún llega a rechazarlo con violencia si tratan de imponérselo.
La propaganda atea, acompañada de incentivos, puede hacer aumentar en una nación el número aparente de los ateos y hasta dar la impresión externa de un pueblo ateo. Pero apenas cesa la violencia, reflorecen las manifestaciones religiosas, lo que demuestra cómo la muchedumbre es contraria al ateísmo.
Lo que acontece al presente en los países donde ha desaparecido la impresión oficial del comunismo ateo, es revelador de esa verdad.
Los sabios que han reflexionado sobre la condición humana, la felicidad que necesita la persona y Dios como el ser más principal, constituyen un impresionante y elocuente testimonio de la importancia del asunto.
Hay consenso entre los grandes hombres de todos los tiempos sobre el reconocimiento y creencia en el Ser Supremo que es Dios y su importancia inconmensurable en la vida de los hombres. En la antigüedad puede recordarse a Sócrates, Platón, Aristóteles y Cicerón, cuyas paginas sobre la divinidad son verdaderamente inmortales.
En la era cristiana, todos los Padres de la Iglesia, todos los doctores, todos los filósofos y teólogos cristianos genios sublimes por su vida recta y por sus estudios profundos, no concebían el sentido de la vida humana sin Dios.
Más adelante, hacia los tiempos modernos, lo mismo estimaron Copérnico, Galileo, Descartes, Kepler, Newton, Laplace, Ampere, Faraday, Pasteur, Marconi y muchos otros.
En la reflexión que hacemos sobre Dios, objeto propio de la felicidad humana, es necesario poner la debida atención a la importancia que tiene para cada persona su relación con Dios. Diciéndolo en forma resumida, en gracia de la brevedad, considerando los hechos reales que caen bajo nuestra experiencia sensible, veremos que no existe modo de interpretarlos racionalmente sin admitir a Dios, porque:
- La naturaleza de las cosas que constituyen el mundo exige un Dios Creador.
- El orden que reina en todo el Universo exige un Dios Sabio Ordenador.
- La voz de la conciencia, junto con la de todos los pueblos, proclama unánimemente un Dios, Supremo Señor.
Estos argumentos, estudiados y desarrollados en el curso de los siglos, han convencido a las mentes más selectas de la humanidad sobre la existencia y grandeza de Dios, en quien han visto, asimismo, el objeto de la felicidad de las personas.
Puestos en el camino de considerar el anhelo de felicidad de cada persona y el poder ser sólo Dios el objeto adecuado de tal ansia de felicidad, ya podemos comprender en las siguientes expresiones de los sabios muchas cosas.
Escribió el gran naturalista Linneo: "El Dios eterno, el Dios inmenso, sapientísimo y omnipotente ha pasado delante de mí. Yo no lo he visto de bulto, pero el brillo de su luz ha llenado de estupor mi alma. Yo he observado que están allí su huellas de su paso en las criaturas y en todas sus obras, aún en las más pequeñas, las más impredecibles; ¡Qué fuerza, qué sabiduría, que inmensa perfección!".
Y Newton manifestó: "La astronomía encuentra a cada paso la huella de los actos de Dios".
Fácil es decir, a la luz de esas expresiones, que si tales sabios se maravillaron de las obras de Dios, con toda razón, ¿Qué no debemos decir del autor mismo de ellas?
Hacia Él, en consecuencia debe la persona encaminarse, como a la fuente de la felicidad.
En relación con el tema de la felicidad humana, después de reflexionar sobre la persona humana y sobre Dios como objeto idóneo de la felicidad del hombre, vimos textos de sabios que se maravillaban de las obras de Dios. Otro de ellos, el gran astrónomo y matemático Kepler, éste insigne descubridor del movimiento de las estrellas, termina así unas de sus obras:
"Te agradezco, Creador y Señor mío, todas las alegrías que me has hecho gustar en el éxtasis, hacia el cual me ha arrebatado la contemplación de las obras de tu mano. La grandeza de éstas he procurado proclamarla delante de los hombres, y he puesto cuidado de hacer conocer cuánta es tu sabiduría, tu potencia y tu bondad".
Si tanta admiración y hasta éxtasis puede producir la contemplación de las obras de Dios vistas con la mirada del sabio, ¿cuánto más no significará para el hombre poder ver, conocer, contemplar a Dios mismo?
Por ello la felicidad de los seres humanos solo puede hallar su satisfacción en una estrecha relación con Dios mismo. Esto debe llevar a organizar, a vivir la vida entera en razón de tan alto fin, para que adquiera desde ahora el sentido pleno que se hará patente al venir la muerte terrena como puerta de esperanza que se abre a la eternidad feliz.
Epicuro nació en 341 y murió en el 270 a.C. Fundó una doctrina de prolongada y profunda influencia, por la cual considera que una teoría materialista de la vida es posible y preferible. Despreció las creencias orfico-pitagóricas y quiso demostrar que los hombres no cuentan más que con su propia vida, sus propios fines y razón personal, que hay que rechazar por falaz, la idea de un Universo sometido a causas finales de acuerdo a una providencia o Razón Universal. Contra Aristóteles, Epicuro vuelve a Demócrito: la única realidad es la de los átomos y el vacío. El alma (que no se distingue del cuerpo más que por su sutileza mayor de los elementos que la componen) posee una actividad espontánea que le permite ejercer sobre el cuerpo la acción que supone la Técnica Moral de los Epicúreos: el recurso apaciguador de los momentos de sufrimiento dado por el recuerdo de los momentos felices la proscripción de los pensamientos deprimentes, la conquista de esa calma que es la Ataraxia que implica la liberación del temor a lo Dioses y a la muerte, así como de las preocupaciones relativas a una finalidad cualquiera del Universo.
Podemos decir, que el eje de la doctrina epicúrea es su Ética, basada en una concepción del Bien como placer sereno y duradero, "Principio y Fin de Vivir Feliz", a cuya consecución debe servir la filosofía como ejercicio de Sabiduría Práctica.
Esta doctrina apareció cuando la Polis griega agonizaba en una época en que la nostalgia de una salvación personal tendía a imponerse al gusto de la especulación por sí misma. Epicuro era adolescente cuando murió Alejandro. Con la muerte de éste, sobrevino una lucha encarnizada entre sus generales para repartirse la herencia imperial y Gracia quedó desgarrada por luchas internas, de las que habrían de surgir monarquías militares, absolutistas y burocráticas.
En este marco histórico el surgimiento del Epicureismo (así como el del cinismo y el estoicismo) pueden revertir un sentido de oposición a la disolución y crueldad de los tiempos, por parte de espíritus lúcidos y desengañados.
EL BIEN COMO PLACER: HEDONISMO
El Helenismo es un período histórico que abarca desde la derrota de Atenas por Filipo de Macedonia en el 338 a.C. hasta la conquista de Egipto por Octavio Augusto en el año 30 a.C. Los filósofos de esta época sin abandonar su tradición racionalista no ofrecieron cuerpos teóricos de doctrinas o revoluciones políticas como los ambiciosos planes de reforma de la Polis de Platón y Aristóteles, entre otros, sino que se presentaron como maestros y experimentadores conocedores del arte de ser feliz.
La escuelas filosófica epicúrea y estoica, que responden, respectivamente, al modelo de ética material y ética formal, son las escuelas más destacadas y que tuvieron mayor influencia posteriormente.
La primera de ellas fue fundada por Epicuro, de quien toma su nombre, abriendo su escuela en Atenas.
Epicuro sostiene que la realidad es exclusivamente material. Para éste las cosas están formadas de "átomos" de variadas formas que se mueven incesantemente en el vacío y que se reúnen para constituir los distintos cuerpos. Sus movimientos no están rígidamente definidos, sino que describen ligeros movimientos desviatorios, lo que da margen para el azar y la variedad ("libertad"). Dicha circunstancia tiene suma importancia para la teoría ética de porque le da pie para negar el fatalismo y el destino, admitidos comúnmente en la Grecia clásica. Según él, no existe nada fuera del hombre que rija o dirija su vida a un fin determinado.
Para Epicuro, los Dioses existen pero para nada se ocupan del mundo, y una de las pruebas más seguras de esto es lo mal que éste marcha. Ellos disfrutan de su felicidad, inmortales y satisfechos, ajenos a la marcha del mundo y de los hombres.
Nuestro conocimiento es puramente sensorial y es llevado a cabo a través del contacto de los átomos de las cosas con los del alma. Inseparable del cuerpo y material como éste, también el alma está formada de átomos, aunque más sutiles, que se desintegran con la muerte, con la cual todo se acaba y a la que no se le tiene sentido temerle:
"Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la sensación, y la muerte es privación de los sentidos. Por lo cual, el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba, en vano aflige con su espera. Así pues, el más temible de los males, la muerte, nada es para nosotros porque, cuando nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros. En nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquellos no está y éstos ya no son. Pero la mayoría unas veces huye de la muerte como del mayor mal y otras veces la prefiere como descanso de las miserias de la vida. El sabio, por el contrario, ni rehúsa la vida n teme a la muerte; pues ni el vivir es para él una carga ni considera que es un mal el no vivir."
(Epicuro: Carta a Meneceo, D.L., X, 123)
Liberado, pues, el hombre de estos temores, puede buscar la felicidad y lo que puede procurarla, ya que "cuando está presente, todo lo tenemos y, cuando nos falta, todo lo hacemos por poseerla".
La felicidad supone una ausencia total de miedos como condición para un estado de equilibrio interior. La ataraxia es el estado de quien no teme a los dioses ni a la muerte.
Pero además, la felicidad, el bien, se consigue positivamente mediante el placer. De ahí la denominación de "hedonismo" que recibe su doctrina (del griego "hedone"= placer). Pero no se entienda como una búsqueda desenfrenada de placeres. Es cierto que existen muchos y no todos son buenos, y se hace preciso elegir: es necesario preferir los duraderos y estables a los fugaces y pasajeros, con el fin de...
...no tener dolor en el cuerpo ni turbación del alma...Al placer, en efecto, reconocemos como el bien primero, a nosotros connatural; de él partimos para toda elección y rechazo, y a él llegamos juzgando todo bien con la sensación como norma. Y como éste es el bien primero y connatural, precisamente por ello no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasiones en que soslayamos muchos, cuando de ellos se sigue para nosotros una molestia mayor... Conviene juzgar todas estas cosas con el cálculo y la consideración de lo útil y de lo inconveniente, porque en algunas circunstancias nos servimos del bien como de un mal y, viceversa, del mal como de un bien.
(Epicuro: Carta a Meneceo)
En el caso del hedonismo, la unidad entre felicidad personal y felicidad social, entre ética y política, que sostenían los griegos anteriores, queda desechada. La felicidad del hombre no está en el ejercicio de la vida pública sino en una vida retirada, libre de falsos temores, donde el individuo, rodeado de los suyos, se dedica a la salud del cuerpo y a la paz del alma. De aquí que vienen a este tipo de morales la denominación de "morales interesadas", en cuanto que contemplan el bien del individuo, a diferencia de las "morales altruistas", que plantean el asunto en términos de colectividad.
La influencia del hedonismo fue muy importante hasta el siglo II. Poco a poco fue cayendo su influencia hasta quedar relegada por la preponderancia del cristianismo.
Epicuro en su carta a Meneceo, uno de sus discípulos en la "Escuela del Jardín" y siendo una de sus cuatro cartas que se conservan, constituye un breve pero acabado compendio de su pensamiento ético, escrito en un estilo sencillo y cálido, como corresponde al filósofo que hizo de la amistad un fin en sí misma, de igual rango que la sabiduría. Porque como dice:
"El hombre bien nacido se dedica principalmente a la sabiduría y a la amistad; de éstas, una es un bien mortal; la otra, un bien inmortal".
(De "Sentencias Capitales")
El utilitarismo tiene su origen en Inglaterra por los siglos XVIII – XIX, muy influido por las ideas de progreso que inspira la ilustración. Concibe la felicidad como "bienestar" o satisfacción de necesidades; es la aplicación del espíritu liberal que anima la primera Revolución Industrial, basado en el convencimiento burgués de que la producción de bienes útiles, al mismo tiempo que mejora sus ganancias y logra su prosperidad, proporciona bienestar a los demás ("mejora su nivel de vida", diríamos hoy).
La utilidad o el interés se convierten en el objeto de la actividad moral, de tal manera que se puede decir que el utilitarismo es aquella doctrina ética que considera la utilidad como valor supremo y norma de conducta a la que está sometido, como medio a fin, cualquier otro deber norma o virtud.
Los utilitaristas más destacados son los ingleses Jeremy Bentham (1748 – 1832), a quien al parecer, se debe el término "utilitarismo", y John Stuart Mill (1806 – 1876), a quien se le atribuye haber dado una vertiente más social a ésta teoría.
J. BENTHAM: LA ARIMÉTICA DE LOS PLACERES
Éste formula como primera ley de la ética el llamado principio de interés, según el cual el hombre actúa siempre movido por sus propios intereses, se manifiestan en la búsqueda del placer y en la huida del dolor, los dos maestro soberanos que la naturaleza a impuesto al hombre. Promover el placer, el bien o la felicidad es la misma cosa y es la meta de toda actuación humana.
"El principio de utilidad reconoce esta sujeción y la asume para fundar el sistema cuyo objeto es crear felicidad mediante la razón y el derecho.
Por el principio de utilidad se entiende aquel que aprueba o desaprueba cualquier acción según la tendencia que muestre en aumentar o disminuir la felicidad de aquel cuyo interés este en cuestión; o en otras palabras según promueva la felicidad o se oponga a ella."
J. Bentham
Por otra parte, la recta actuación moral no es el fruto espontáneo y habilidad automática, por todos conseguida. Para actuar moralmente es necesario establecer la arimética de los placeres, en la que el bien son los ingresos y el mal los gastos. Es decir, es necesario saber hacer un cálculo entre placeres y dolores de tal manera que el balance resulte siempre positivo.
J. STUART MILL: PRIORIDAD EL INTERÉS GENERAL
Por su parte, defiende la prioridad de los aspectos cualitativos sobre los cuantitativos. El tema no es la cantidad de sensaciones sino la cualidad de las mismas. En su más conocida obra, "Utilitarismo", escribe:
Es enteramente compatible con el principio de utilidad reconocer el hecho de que algunas clases de placer son más deseables y más valiosas que otras. Sería absurdo que mientras en todas las demás cosas la cualidad fuese tenida en cuenta tanto como la cantidad, en estimación del placer se teniese en cuenta sólo la última.
En J. Ferrater Mora: Dic. Filosofía, Utilitarismo
Se opone así a la identificación del utilitarismo con la búsqueda de los placeres bajo defendiendo la superioridad de los placeres intelectuales sobre los sensoriales.
Se distancia también de su predecesor al afirmar que el interés general se ha de buscar por sí mismo y no por las ventajas que trae al interés particular. No se trata, como quería Bentham, de que haya que buscar el interés de los más posibles porque eso asegura el mío, sino que es la sociedad la que tiene prioridad y la que es destinataria de la felicidad. En definitiva y en último término, es la felicidad de la humanidad la que se percibe.
Resulta inevitable reconocer en estas doctrinas morales la influencia del carácter hedonista de las mismas; pero es necesario admitir que se trata de un hedonismo social o colectivo que también las diferencia.
Pregunta Nº 1 | Porcentajes |
Una experiencia | 10% |
Momentos espontáneos | 6,6% |
Valores | 50% |
Estados de ánimo | 20% |
Sentimientos | 6,6% |
Etapas de la vida | 6,6% |
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De acuerdo a nuestra investigación podemos concluir que el tema tratado, la felicidad, es muy personal de cada ser, ya que para lo que para unos puede ser felicidad, para otros, es tan solo un medio que ayuda a su obtención pero que no es felicidad en sí.
Al indagar en distintas personas, de diversas edades y sexos, un 50% de ellas coinciden en que la felicidad está determinada por los valores que cada individuo adquiere desde su infancia, en donde muchos de ellos son implicados por su familia, amigos y su entorno; mientras que otros son construidos por él mismo en una forma de crear su propio ser. El otro 50% de los encuestados se subdividió en distintas opiniones como estados de ánimo (20%), que dependen de las situaciones que rodean a la persona siendo distintos para cada uno; la experiencia (10%), es aquella que va marcando la vida de cada individuo, dejándole huellas de todos los momentos vividos y principalmente de aquellos vividos con mayor plenitud; los momentos espontáneos (6,6%), en los que vimos que estas personas consideran que la felicidad consiste sólo de momentos pasajeros en sus vidas, o sea que no hay una felicidad duradera. Y el 6,6% restante de éstos consideran a la felicidad como etapas de sus vidas, las cuales viven conformemente.
En relación a si es posible que el hombre sea feliz, el 96,6% de los encuestados consideran que SI es posible dicho propósito, pero sólo si se conoce a sí mismo, es decir, descubriendo su propio ser. Por otro lado, sólo el 3,4% de ellos respondió que NO, ya que una felicidad completa no es posible y tampoco deseable porque si así fuera se podría terminar confundiendo con la tontera, puesto que la búsqueda de la felicidad es parte inherente del ser humano, como también lo son una serie de valores y de luchas que hacen que se complique el tema de la felicidad.
En cuanto a la siguiente interrogante: si ha alcanzado la felicidad, el 63,3% consideran que si, ya que ésta siempre se encuentra aunque su búsqueda no sea una tarea fácil, porque todos los días vamos alcanzando algo de ella. Un 16,6% creen no haber alcanzado la felicidad como un estado al que se llegue y nunca más se salga de él, pero que si todos los hombres alcanzan a través de su vida distintos momentos en los cuales son felices. El 13,3% respondieron que en parte han obtenido su felicidad; y el otro 6,6% restante depende del momento en que se encuentren ya que hoy pueden encontrarse bien y estar felices, pero mañana se pueden encontrar con una bronca terrible y no estar felices.
Analizando los factores influyentes sobre la felicidad humana nos encontramos que el amor es más influyente (con un 76,6%), puesto que creen que vivir sin un ser querido, cualquiera sea ese amor (de un hijo, de un compañero, de un vecino), es difícil ya que éste es el que nos conlleva a formar y llevar adelante distintas relaciones, como por ejemplo: familiares. En segundo lugar la familia (con un 70%), es considerada como otros de los factores más importantes, porque da mucha felicidad estar todos juntos, el compartir juntos y vivir la familia juntos, pudiendo gozar en lo positivo y dentro de lo negativo, tratar todos juntos de sobrellevarlo. En tercer lugar consideran a la salud (con un 50%) como otros de los factores que determinan la felicidad del individuo, ya que si carecemos de ésta no podemos aprovechar de las demás cosas que nos brinda la vida, ya sean desde las más simples hasta las más complejas.
El dinero (con un 40%) constituye el cuarto factor más influyente puesto que evidentemente sin éste no podemos acceder a algunas cosas, incluso básicas (como la alimentación), que tienen que ver con la felicidad.
El quinto de los factores contribuyentes a la felicidad es la sociedad (con un 33,3%), porque ésta es una de las fuentes más determinantes de la cual adquirimos valores, o transformamos otros, que después terminamos manejando para ser feliz o no.
Con un 30%, el siguiente factor es el trabajo, el cual es muy importante para sentir nuestra autoestima considerada, puesto que él nos proporciona un medio de distracción a otras problemáticas.
La religión, con un 23,3%, es el factor que la sociedad cree menos influyente, pero para algunos no menos importante, ya que piensan que Dios los libra de muchas aficiones, y dicha fe en él les proporciona una vida feliz y les asigna el camino para cada uno.
Un 3,3% de las personas encuestadas consideraron que existen otros factores que influyen sobre la felicidad, tales como el esfuerzo, el sacrificio, la entrega, el respeto y la solidaridad.
Al considerar que el hombre busca ser feliz por naturaleza, hemos indagado cuál bien podrá constituir el fundamento de la felicidad humana.
Vimos que el placer no puede serlo por su carácter efímero y otros aspectos.
Hay quien ha dicho que lo que constituye el objeto de la felicidad humana es el progreso civil del género humano. En esta idea, estiman que los asuntos de la medicina, de las comunicaciones, de la vida urbana, de la enseñanza, del desarrollo de las instituciones, de las diversiones... todo ello en conjunto, constituye el fundamento de la felicidad de los hombres.
Ha sido grande el progreso civil, sin duda, y suele constituir un motivo de admiración de los hombres y una forma de hacer muy grata la vida humana en este planeta.
Pero tal progreso civil trae aparejado algunos males como la contaminación del ambiente, los peligros de accidentes; también a la par del progreso suelen darse miserias espirituales y físicas muy notorias. Muchísimas personas no tienen acceso a esos bienes del progreso civil. Es decir, que tal progreso ni incluye los males ni significa la posesión de todos los bienes ni asegura una perpetuidad de felicidad. Por lo tanto, siendo algo bueno el progreso civil, no constituye, el fundamento de la felicidad.
En la indagación que hacemos sobre la felicidad humana, a que toda persona aspira, y el objeto de ella, algunas personas han postulado la idea de que tal felicidad será dada por la aspiración de algunos hombres superiores. De manera que los seres humanos corrientes, por así decir, son incapaces de hallar la felicidad. De modo que será necesario impulsar a la especie humana a deshacerse de los individuos corrientes y a procurar la aspiración de superhombre, de hijo de una raza superior, de una clase única, que por su carácter sublime serán quienes puedan alcanzar la felicidad que los demás que no sean de ellos, no podrán lograr por ningún concepto.
La historia ya vio a quienes, por pretender una raza superior, cometieron crímenes incontables. Ni lograron la raza superior, ni la felicidad y sí causaron infinitos males.
Al indagar sobre el objeto de la felicidad humana, algunos pensadores, como los estoicos, pretendieron que la virtud constituyera el objeto de la felicidad. Más la virtud, tan importante en la vida de la persona que desarrolla sus perfecciones, es camino para la felicidad, pero no la constituye.
Otros pensadores consideraron que la felicidad la constituye "la santidad" entendida por la perfecta conformidad con la ley moral, como una perfección que estiman inaccesible, pero a la cual hay que aspirar de manera continua.
Sin duda es importante conformar la vida personal con la ley moral y ha de decirse que éste es un camino de perfección. Pero no constituye el objeto de la felicidad, sino un medio para alcanzarla.
Como el tema de la felicidad humana ha sido importante para los seres humanos desde siempre, la historia recoge la opinión de Aristóteles de que el objeto de la felicidad es el conjunto de los bienes de la naturaleza, tanto del alma como del cuerpo, más solamente considerados en la presente vida terrena.
Es cierto que el conjunto de bienes de la naturaleza nos son de gran utilidad y sirven para satisfacer muchas necesidades humanas, pero no constituye el objeto de la felicidad. Ello por cuanto los bienes corporales son inestables, mezclados con muchos males. Además su mayor valor es que están subordinados al alma, a la parte superior del ser humano, por lo que resultan útiles, es decir, solo buenos para otra cosa, no son, por lo tanto, en sí mismos el objeto de la felicidad. Los vienes del alma y el alma misma necesitan contemplarse, perfeccionarse. Es el alma misma la que debe ser feliz, por lo que ella misma no puede ser el objeto de la felicidad.
Personalmente, con este trabajo en el cual tuvimos que relacionarnos con personas de diferentes edades, sexos y condiciones socio-económicas determinadas por sus ocupaciones, pudimos rescatar que la felicidad son momentos en la vida de las personas en los que se expresan sus máximos sentimientos, los cuales, a su vez, están determinados por los valores adquiridos y formados por cada individuo, y por las circunstancias en que estén trascendiendo en sus vidas. Dicha felicidad no trasciende más allá de un determinado tiempo, puesto que si fuera una felicidad "eterna", duradera, el individuo no aprendería de sus tropiezos, ya que no existirían, para lograr nuevamente o perfeccionar nuevamente sus momentos felices.
También se nos reveló que es posible que el hombre sea feliz, porque su felicidad es un meta, un deseo innato, es una búsqueda continua, por la que ésta lucha enfrentando situaciones traumáticas ( como puede ser la bronca, la tristeza) hasta lograr llegar a esos momentos de felicidad.
De los factores más influyentes sobre la felicidad es el amor, en el cual, para nosotros, éste conlleva a fortalecer factores como la familia, la sociedad. Además, al igual que el amor otro de los factores es la salud, que es imprescindible para disfrutar de estos momentos tan anhelados, aunque hay personas que carecen de ella e igualmente se consideran felices. En cambio, el dinero, que fue otro de los factores que los encuestados consideraron influyentes, nosotros creemos que éste es uno de los factores que menos influencia tendría que tener, a pesar de que sea un medio que nos puede permitir alcanzar nuestra felicidad al ayudarnos a conseguir lo que con éste podemos obtener. En sí, el dinero no es un factor determinante de la felicidad humana, ya que hay personas con mucho dinero que se encuentran tristes, angustiadas, debido a otros problemas que éste trae consigo; mientras que hay personas más humildes, que carecen de él, y realmente se consideran felices.
En el recorrido que hemos hecho sobre la gran cuestión de la felicidad humana, podemos considerar éstos factores:
- el ser humano está destinado sin duda alguna a la felicidad;
- debe existir el objeto de la felicidad humana porque la naturaleza no hace nada en vano y de manera natural, siguiendo las más ondas exigencias de su ser, cada ser humano aspira a la felicidad;
- los más grandes pensadores se han ocupado del tema de la felicidad humana y hemos podido conocer de manera resumida, la manera como unos y otros se han referido a la gran cuestión de cuál debe ser ese objeto, ese bien mayor, que constituye el objeto de la felicidad humana;
- los seres humanos, movidos por el atractivo que los bienes en general ejercen sobre la voluntad, han buscado en el placer, en las riquezas, en el poder, en la fe, en la dignidad y en la fama ese objeto. Pero como no lo es, han cosechado la frustración de pretender hallar la felicidad en la posesión de bienes que son transitorios, que están mezclados con males, cuando la felicidad es el estado perfecto por el conjunto de todo el bien o de todos los bienes, sin males y de manera permanente.
Noelia Martinez
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