Ventanas rotas en I.E.S.
O la importancia de la intervención temprana en el vandalismo escolar de baja intensidad.
Al principio siempre tienen una forma de
presentación similar. Surgen de improviso, en las
mesas de la
clase, detrás de las puertas del
baño, en las paredes del patio o de los pasillos,
y en general en cualquier sitio en que al menos durante un corto periodo de
tiempo el anonimato ha protegido a su autor o autores. Se trata de las
famosas pintadas o grafittis.
¿Quién no ha visto, tras el discurrir de los
días y por no haber limpiado una pintada o graffiti, florecer a su lado y
como por generación espontánea un buen
número de ellas? Además, como se suele observar, se trata de una situación que tiende a acelerarse
cuando la primera inscripción cita, reta o provoca
con su
mensaje la reacción por parte de los
lectores (efecto llamada). Con el paso del
tiempo y por no haberse realizado una intervención temprana, el resultado
final seguramente será un conjunto de mensajes que ni en su apariencia ni en su contenido guardarán relación con
la educación y
los valores que la
escuela pretende.
Lo mismo, por ejemplo, sucede con una banqueta forrada de material
plástico, una baldosa en una
pared, un tornillo que desparece de la
silla, un agujero o descascarillado en el tablero de la
mesa, etc. Al principio aparece una pequeña
señal, fruto de un golpe casual o intencionado. Esta señal, un agujero por ejemplo, observaremos que en
poco tiempo se irá haciendo
más grande, independientemente de los
grupos que pasen por el aula y probablemente de las distintas materias que se impartan. Estamos asistiendo al inicio de un
proceso de deterioro progresivo y a su vez portador de un mensaje latente de llamada que incitará a proseguir con
"la labor" inicialmente realizada.
Esto no es
nuevo y cualquier
profesor o profesora con unos años de experiencia habrá podido comprobar que aunque siempre no pasa lo mismo, en la mayoría de ocasiones el final es similar y las consecuencias idénticas. El resultado
externo y visible: un bien
público o privado inutilizado tras un proceso lento y progresivo, con el consiguiente coste
económico que conllevará su
arreglo o sustitución. El resultado interno e invisible es de un alcance mayor y más complejo. Entre otras consecuencias la más visible será el impacto en el
clima escolar. Un clima escolar que entre otras
variables también depende de la
estructura física de la instalación y de su
estado o
mantenimiento, (Freiberg, 1999), y así lo confirman la dimensión ecológica relacionada con el
contexto físico en la
taxonomía de Tagiuri (1962), o el componente físico relacionado con el mantenimiento de los aspectos físicos y
materiales de la escuela, en la taxonomía de Gonder (1994).
Clarificación conceptual del vandalismo de baja intensidad
Si intentamos aproximarnos al
concepto de vandalismo de forma genérica lo podemos encontrar definido como el
espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana[1]En la década de los 70 y 80 el vandalismo se definía como
daño intencionado y no autorizado contra
propiedades de la escuela, excluyendo el robo
para obtener ganancias materiales (Trianes, 2000). En
España, al vandalismo en la mayoría de los estudios sobre
convivencia escolar se le considera como un tipo de
violencia dirigida a propiedades con la intención de provocar su deterioro o destrucción y se ha localizado como una categoría más del
comportamiento antisocial (Moreno Olmedilla, 2003).
En este caso no hablo de un vandalismo genérico y global, sino a un tipo de actuación
muy frecuente y que podríamos encuadrar como una modalidad o subtipo de vandalismo escolar al que denomino de baja intensidad. Se caracteriza por una hostilidad individual o colectiva en forma de
acción u omisión maliciosa o intencional dirigida a dañar la integridad de objetos físicos privados y/o
públicos, (mobiliario,
equipos e instalaciones). Hablamos de un vandalismo referido
única y exclusivamente a conductas puntuales y concatenadas a través de cortos espacios de tiempo contra el
marco físico, y no al dirigido al destrozo del material de los compañeros. En este último caso nos aproximaríamos a una modalidad de maltrato entre iguales. Igualmente y aunque la
interpretación es difícil no se consideraría como tal la rotura por descuido o mal
empleo que son frecuentes en la escuela.
Su formato de
presentación se realiza a través de
acciones alejadas de la
violencia interpersonal, generalmente amparadas en el anonimato
y que de forma aislada y puntual no suelen suponer un acto grave. Es por ello que normalmente no son susceptibles de intervención inmediata y ahí es donde radica especialmente el problema. Esta lentitud en actuar puede ser un error puesto que esos pequeños desperfectos sí que tienen importancia. Tarde o temprano se visualizará el resultado
final del
proceso desencadenado y este, a parte del coste
económico que suponga, posiblemente afectará negativamente en mayor o menor medida a la
convivencia en el
centro escolar. Nos encontramos ante un hecho que debería
llamar nuestra
atención puesto que de alguna manera se trata de una
conducta predecible, y por tanto previsible, y que en este caso tiene relación
con un experimento realizado en 1969 por Philip G. Zimbardo,
La teoría de las ventanas rotas
Zimbardo, psicólogo de la
universidad de Stanford en colaboración con su
equipo estacionó un automóvil sin matrícula y con el capó levantado en el Bronx neoyorkino. Otro de similares características fue colocado en Palo Alto (California). Ambas zonas se diferenciaban por el nivel de
vida; una deprimida y problemática y la otra
todo lo contrario.
En el caso del
coche del Bronx, en menos de diez minutos de su "abandono" fue atacado. Los primeros en llegar fueron una
familia -
padre, madre, e hijo -, que sustrajeron el radiador y la
batería. A las veinticuatro horas
todos los elementos de
valor del vehículo habían sido sustraídos. Posteriormente empezó el caos, ventanas destruidas,
chapa rayada, tapizado desgarrado y quedando finalmente convertido en
lugar de
juego de los
niños. La mayor parte de los "vándalos" estaban correctamente
vestidos y parecían ser blancos y de buena presencia.
El
lector ahora se preguntará: ¿Qué había pasado con el automóvil aparcado en Palo Alto? Bien, pues este vehículo durante una
semana fue respetado y fue entonces
cuando Zimbardo rompió un
cristal con un martillo. Ese fue el comienzo de la oleada de destrucción. Pronto los transeúntes se unían a "la
fiesta" y en pocas horas el vehículo estaba volcado y prácticamente destruido. Por cierto, otra vez los "vándalos" parecían ser principalmente gente blanca respetable.
Basándose en estos resultados George L. Kelling,
profesor de Harvard y James Q. Wilson enunciaron la teoría de las ventanas rotas sobre violencia urbana: ante un
primer incidente, de no actuarse inmediatamente y con contundencia se iniciará una espiral de destrucción que concluirá inevitablemente con actos de mucha mayor gravedad
como el crimen (.Kelling y Wilson, 1982)
Un uso posterior, particular y cuestionable de este experimento y de la posterior teoría de Kelling y Wilson fundamentó la
famosa y controvertida
Tolerancia Cero aplicada en EEUU. Esta tuvo una primera aplicación, con
buenos resultados, en el metro de Nueva York (década de los ochenta)
para posteriormente y bajo el mandato del polémico Rudolph Giuliani (1994) extenderse a toda la
ciudad bajo la aplicación del comisario de policía Willian Bratton. La
delincuencia se redujo drásticamente. No obstante conviene no olvidar que pese a su aparente
éxito se trata de un
modelo policial, ampliamente cuestionado entre otros aspectos por su brutalidad y
racismo.
El contexto y los antecedentes
A nivel europeo ya se ha previsto al vandalismo como uno de los mayores
problemas que pueden desafiar al
sistema educativo (Zwier y Waughn 1984, 263). Existen estudios que desde hace
más de tres décadas apuntan al fenómeno como complejo y multivariante. Si ahondáramos en las causas, que no es
objetivo específico de este artículo, veríamos que son múltiples puesto que el problema es poliédrico y multifactorial. De hecho y es un ejemplo, no podemos descartar como factor latente la
actitud interior de aversión a la
escuela que como señala García Hoz (1993) en muchas ocasiones permanece escondida en el fondo de parte del alumnado. Esta actitud vendría englobarse en la ya conocida
"fobia de la escuela" (Castellazi, 1986) y vendría a representar un proceso que, iniciándose en el desinterés por el centro educativo, termina en el vandalismo.
En la misma línea encontramos
el trabajo de Davis (1972) sobre las manifestaciones principales del vandalismo, causas y medidas preventivas, el de Cardinelli (1970) referido a la relación entre características
personales de los directores de centro y el vandalismo, el de Murillo (1977) sobre relaciones entre vandalismo y las
actitudes escolares, el de Gladstone (1978) sobre causas y
variables o el de Liazos (1978) sobre la escuela, la alienación y la delincuencia. También los hay para combatir estas actitudes, como por ejemplo el de Falk y Coletti (1988) con una orientación economicista clara, etc. De su revisión conviene recordar que el vandalismo escolar ha podido ser asociado con variables como la edad, el fracaso académico, las expectativas de
abandono escolar, y en otros ordenes la apatía de los profesores y el desinterés de la
comunidad por los logros de la escuela. Adicionalmente parece ser, aunque todos los estudios no lo confirman, que puede existir una correlación entre la
calidad de conservación de la escuela y la aparición de destrozos y que los profesores de escuelas vandalizadas se muestran más
críticos, menos entusiastas con su rol y menos implicados en las
relaciones interpersonales (Trianes, 2000).
En el caso de
España el vandalismo, de no presentarse en casos extremos, no suele llamar la atención aunque, paradójicamente, el
informe del Defensor del Pueblo sobre
violencia escolar de 1999 ya lo posicionaba en el
cuarto lugar entre los problemas que los profesores consideraban
muy importantes. Por ejemplo, en la comunidad valenciana (Informe Defensor del Pueblo 2006) en más de la mitad de los 36 institutos
seleccionados, "
el vandalismo" era considerado como un problema serio o moderado. En el mismo informe, a nivel
nacional, 300 jefes de
estudio señalaron en quinto lugar (41,3%) al vandalismo como factor "muy importante" para la convivencia en el centro. El fenómeno con leves tendencias permanece desde entonces de forma estable en las
estadísticas de conflictividad, de hecho sube y baja. Durante el curso 2008/2009 en la comunidad de Castilla y León, los
conflictos relacionados con las instalaciones y el material -destrozos, robo, etc.- fueron de 908, el 2,84 % del total de las incidencias, cifras inferiores a las 925 obtenidas el curso 2007-2008 y que supusieron el 3,13 % del total.
Afortunadamente aunque el vandalismo no se posiciona como un factor alarmante en los distintos estudios realizados sobre convivencia sí que se nos plantea una duda ¿Podemos sacar alguna
conclusión del experimento de Zimbardo y la teoría de las ventanas rotas para nuestros
centros escolares? Creo que sí puesto que evidencia que la ausencia de una reacción visible ante un primer hecho "vandálico" por nimio que este nos pueda
parecer, no es insustancial ni irrelevante. El
mensaje que se estará enviando a la comunidad es que "no pasa nada", "nadie cuida esto", y por tanto "se puede seguir haciéndolo". Por ello precisamente creo que se trata de
acciones que deben ser acompañadas de una respuesta inmediata.
Propuestas de actuación
¿Qué puede hacer el centro escolar? En este caso recomendaría dos
vías claras que pueden dirigir con cierta efectividad la respuesta. En primer lugar la preventiva y en segundo lugar y como complemento a la anterior, la normativa.
La primera vía sería de
carácter preventivo que podría situarse a medio camino entre las vías liberal y radical que plantean Zwier y Vaughan (1984). Ante el mensaje que supone esa primera
acción vandálica y sin entrar en su contendido o finalidad, sería recomendable evitar la aplicación inmediata de recetas prefijadas como por ejemplo el aumento de los mecanismos de
control y vigilancia. Creo que habría que actuar con celeridad pero enviando primero otro mensaje y este sería el de que "
aquí hay alguien que cuida esto, que le importa y que por tanto actúa". Simplemente eso. Si no se actúa en modo y manera, y ese es el punto medular, la concatenación de actos similares suele ser inevitable. Pasar todos los
días al lado de una pintada de contendido obsceno o injurioso no puede resultar cómodo para nadie, ni ver como cada
día está más roto un lavabo, un armario o una
estantería. Por eso no se puede ni debe ignorar la importancia de actuar con prontitud. El cómo y de qué manera puede ser muy amplio y discutible pero lo que sin ninguna duda puede resultar determinante, para evitar males mayores, es el efecto de una intervención temprana. Reparar el vandalismo rápidamente y con ello mostrar preocupación por la instalación contribuirá a desalentar futuros actos similares. Conviene no olvidar que la rapidez no puede nunca invisibilizar la importancia de la participación e implicación colectiva. Cualquier miembro de la comunidad educativa, especialmente el profesorado, debe informar en jefatura de estudios o secretaría de la incidencia o incluso voluntariamente implicarse con el alumnado en su
reparación.
En la misma línea preventiva, el fomentar la territorialidad al involucrar al alumnado en el
cuidado del edificio y los terrenos aumentará los sentimientos de pertenencia a la comunidad. Además contribuirá a todo ello una correcta señalización,
mantenimiento y
diseño de las áreas y
materiales. Abrir la instalación y en general el espacio escolar al entorno beneficiará doblemente a nuestros
objetivos. Por un lado cualquier actividad que haga que las
personas salgan y trabajen juntos en un área escolar incrementará la participación de la comunidad con su
proyecto y por otro, no debemos olvidar que cuanto más sea el
número de personas involucradas en el cuidado del lugar, más
ojos y oídos tendrá.
La segunda vía porta un mensaje bien distinto y podría relacionarse con la vía conservadora que plantean Zwier y Vaughan (1984). Ante la existencia de hechos vandálicos existe una respuesta de acuerdo con la normativa vigente. A nivel legislativo el Real Decreto 732/1995 establece en su artículo 39 que los alumnos deben
cuidar y utilizar correctamente los
bienes muebles y las instalaciones del centro así como apunta las consecuencias de su incumplimiento. Este último viene tipificado en su artículo 52 y considera como falta grave los daños graves causados por uso indebido o intencionado en los locales, material o
documentos del centro o en los bienes de otros miembros de la comunidad educativa. Esta normativa se contextualiza y particulariza a través de añadidos autonómicos y particulares de cada centro contemplados concretamente en su Reglamento de Régimen Interno y globalmente en su
Plan de Convivencia. Otra cosa será la idoneidad de su
adopción o su tipo de aplicación atendiendo a los aspectos agravantes o atenuantes que se puedan producir (intencionalidad, reiteración, etc.).
El espacio está lleno de significados y como señala Santos Guerra (1994) su configuración, su uso, su apertura, su clausura, su ornamentación y ahora añadimos su mantenimiento y estado de conservación, constituyen una sintaxis en el
discurso de la escuela. Por ello se debe
apostar por un
escenario educativo en el que no tenga cabida el descuido ni el deterioro causados por el mal uso intencionado. Para evitar o disminuir este tipo de vandalismo conviene recordar que los problemas cuando son pequeños son más fáciles de
arreglar y en este
campo, como en tantos otros, prevenir sigue siendo
mejor y mucho más
barato que curar.
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